Nadie
ha reparado suficientemente en esa absurda separación entre científicos y
humanistas hecha a mansalva a principios de la Educación Media, cuando los
alumnos, todavía adolescentes, son apartados arbitrariamente por programas
educativos elaborados por los tecnócratas de la educación, transformando al
estudiantado en dos grupos sino enemigos, claramente
estigmatizados, tras la jerarquización
de las áreas del saber, y poniendo siempre por delante a los científicos por
sobre los humanistas. Este hecho, sin
duda, revela una de las causas de la baja calidad de la educación, sea gratuita
o privada, porque deja ciego uno de los
hemisferios del cerebro tanto de unos como de los otros. Por supuesto, cabe
preguntarse si los jóvenes adolescentes están capacitados para elegir a tan
temprana edad su destino.
En
esta esquemática polarización de las áreas del saber hay indudablemente un
intento de jibarización cerebral, por cuanto se priva a unos y otros del
conocimiento global del saber. Y las consecuencias no pueden estar más a la
vista, los ejemplos sobran: ingenieros y
médicos ignorantes, incapaces de hilvanar una frase, y menos aún de escribir
sin faltas de ortografía; abogados y licenciados ineptos para hacer el más
mínimo cálculo matemático o estadístico. Es decir, profesionales cojos,
necesitados de muletas o prótesis para suplir ese espacio vacío dejado en el
cerebro por falta de una educación integral, capaz de preparar a los individuos
para una vida que, por cierto, no sólo es trabajo profesional. Hay también
otros asuntos, acaso todavía más importantes, pero siempre obviados por esta
cultura educativa que divide, olvidando su deber de integrar las áreas del
conocimiento. Podríamos poner un solo ejemplo: la Academia de Platón, el Liceo
de Aristóteles. ¿Cuántos años nos separan de eso? Allí, desde luego, no había
científicos ni humanistas, la fragua era una sola, y acaso tal vez por eso la
cultura griega todavía nos resulta ejemplar.
Desde
luego, también en esta separación está implícita la discriminación. Por cuanto
está claro que los científicos se sienten siempre por encima de los humanistas,
y la realidad así lo confirma, remunerando en el futuro mejor su trabajo
profesional. No es ninguna novedad decir que el ingeniero, el médico, gana
cinco o diez veces más que un profesor de Historia, aunque el ingeniero y el
médico sean unos ignorantes absolutos.
Si
queremos hablar de una mejor calidad de la educación, me parece necesario
partir por el principio. Es decir, por los métodos y programas de estudio,
porque así como están planteados en la actualidad, nunca mejorará la calidad,
sea pública o privada, con fines de lucro o sin ellos, si no existe un real
interés de educar verdaderamente a los individuos. Cabe recordar que el niño y
el joven adolescente en general, por naturaleza es una esponja ansiosa de
conocimiento, de interés por entender el mundo circundante, y, sin embargo, se generan
planes de estudio para que la gente termine completamente ignorante. Se ha
perdido el interés por la lectura, a partir de esa apropiación de la literatura
por la lingüística, injertando teorías más propias para aplicar en un manicomio
que en una sala de lectura.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – Abril 2013
Comentarios
Para cambiar esta realidad no sólo es necesario conciliar ambos bandos, científico vs. humanista, sino también quitar de la sociedad todo lo que distrae la mente del joven, de la joven, de las preocupaciones del espíritu: el conocer y aprender. Si no se quitan, o se desdibujan y se vuelven a crear de una manera distinta, de forma tal que propenda a la educación, no a la vulgaridad, a la mediocridad.