Guy de
Maupassant (1850-1893) es uno de mis escritores predilectos a la hora del
cuento. Un escritor que poco leen las nuevas generaciones, pero fue plato
predilecto hasta mediados del siglo pasado, cuando la literatura francesa
llevaba todavía la delantera en materia cultural.
Recomiendo desde ya a los
noveles escritores su lectura, porque les aseguro que no se desencantaran. La
pluma de Maupassant es refinada y aguda; recrea con maestría sin igual
personajes y momentos cotidianos que trascienden muchos pasos más allá de la
anécdota propiamente tal, abriendo nuevos escenarios, nuevas reflexiones,
nuevas lecturas. Es un cuentista por excelencia que conduce siempre al lector a
regiones inesperadas, a rellenar los espacios en blanco del texto por la propia imaginación del lector. También tiene una novela que devoré hasta la última letra en mi juventud: El
buen mozo.
La cita, es cuento genial, genial. Un
cuento que en muchos sentidos debieran apropiar las feministas, porque
desarrolla la personalidad de la mujer, metiéndose en sus secretos, y
revelándola con una astucia sin igual. El hombre, en cambio, queda muy mal
parado en el relato, descrito en su ser animal esencial, monótono, predecible.
La ironía que destila la historia, denota el oficio y genio del escritor
francés para manejar los hilos del arte de contar. Es uno de esos cuentos que
va generando poco a poco una sonrisa interna en el lector. Una sonrisa de
agrado, estupor y complicidad con la protagonista, a quien comenzamos a
comprender, justificar y amar.
La historia es muy
simple, breve, pero no la voy a contar aquí. Las obras literarias hay que
leerlas, pasar por esa experiencia íntimamente personal, por esa conversación
única con el texto, que en ningún caso puede suplir un resumen, porque leer una
obra literaria es revivir la historia, la experiencia vivida por el propio
autor.
La cita, como muchos otros cuentos de
Maupassant, es una denuncia soterrada, inteligente, procaz. Una forma de
rebelión contra la sociedad de su época, pero también de la nuestra, y por eso
la importancia de volver a leerla. Las grandes obras literarias siempre tienen
algo novedoso que decir a las nuevas generaciones, porque tienen el sello prodigioso
de lo que llamamos universalidad.
Miguel de Loyola
– Santiago de Chile - Julio del 2018
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