La
poesía de Carlos Mellado es de una intimidad que rosa el nivel de lo secreto,
oculto, privado. No hay un solo atisbo de aquel interés vacuo que abunda en
ciertos poetas de nuestro tiempo por vociferar sus poemas al mundo entero.
Mellado es prudente, no quiere impresionar a nadie, sólo busca retratar sus
emociones conmovido por aquel estado de sorpresa tan propio del artista
verdadero; sorpresa y estupor que es acaso el único camino para llegar al ser
de las cosas. Naturalmente, asombra esta
humildad del artista que construye su obra en silencio y sin pretensiones, cual
obrero laborioso que ladrillo tras ladrillo levanta un edificio, en tiempos en
que las artes se han vuelto un grito desesperado por llamar la atención,
produciendo, las más de las veces, toda clase de bodrios, en desmedro de las
obras verdaderas, capaces de sostenerse en el tiempo, sin estridencias ni
lisonjas publicitarias.
Muchos
de los poemas que conforman esta obra, alcanzan la plenitud del arte de la
poesía, que no es otro que condensar en un cuerpo de palabras, una experiencia,
un sentimiento universal en torno a un hecho, real o imaginario, capaz de
producir esa fruición intelectual que llamamos goce estético, es decir, una
sensación de verdad que conlleva a la reflexión más profunda con el ser, con la
esencia, con el alma de las cosas.
La
poesía de Carlos Mellado retrata como el pintor espacio y tiempo, con una
pureza de lenguaje que conmueve y remueve la conciencia del lector, enseñando
acaso que la simpleza y naturalidad de las palabras es el mejor conductor de la
poesía. Habría que detenerse en muchos poemas que me parecen de antología, pero
es preferible dejar hurgar libre al lector, para que descubra por si mismo los
tesoros que hay en este libro. Leer poesía es también un poco eso, buscar
tesoros ocultos en las palabras, en sus infinitas combinaciones predispuestas y
descubiertas por el poeta, el mayor decodificador de signos lingüísticos.
Los
tópicos que aborda la poesía de Mellado son los clásicos de todos los tiempos.
El amor, el tiempo, la vida, la muerte, y habría que agregar lo cotidiano, el
diario vivir, las percepciones del sujeto inmerso en una realidad concreta, en
el aquí y ahora de su tiempo, en su soledad, en su abandono, en la peripecia de
cargar con el peso maravilloso de la existencia. ¿Será como esta tarde la tarde
de mi muerte,/ de cielo anubarrado y los pájaros negros /
cruzando
hacia regiones lejanas o perdidas?
La
presencia de los animales en sus poemas, del gato o del perro que intercepta el
mundo con su halo cargado de misterio, animales semidioses, ajenos a esa
conciencia de las cosas que aturden al hombre, pero que forman parte o
conforman su mundo, una intimidad única, irrepetible. Hay aquí fantasía y
secretismo, ansias de codificar y decodificar esas presencias silenciosas,
mudas, pero capaces de ser la mejor compañía. “Desde lejos envidio el caminar
del perro / de prisa misteriosa y legendarias órdenes genéticas,/ tan en su
territorio y dueño de sí mismo,/tan perro apenas y suficiente con eso.”
Carlos
Mellado es un poeta del amor que nos recuerda por momentos a Bécquer, acota el sentimiento
universal que gravita en los amantes, dotado de una notable sutileza y
elegancia que va más allá de lo efímero, de la pasión y del erotismo que
embelesa las almas de los amantes, confundiendo, y trastocando lo esencial del
sentimiento imperecedero. Lo que más quise en este mundo / tenía nombre de
mujer./ Hoy que por fin lo he conseguido / no sé que puedo ya querer.
El
poeta acierta en sus poemas a recrear imágenes que sólo se sienten o piensan
sin lenguaje posible, he ahí acaso el milagro del arte que llamamos poesía,
traducir lo inefable. “Ya me despido, mar, de tus ondas grisáceas,/ de tu
horizonte plomo, surcado por gaviotas./ Hoy ya nos vimos mar, en reunión
amable,/con la música clara y honda de tus olas.”
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – Enero del 2019.-
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