Pareciera que
las novelas estas sujetas a las vanidades misteriosas del destino, algunas las
encumbra por los cielos, mientras a otras las cubre el velo de la oscuridad
absoluta.
Cabe preguntarse si las elegidas son realmente los mejores, porque a
veces sucede que después de leer las elegidas por este dios desconocido, aunque
a veces inidentificable con la palabra mercado, publicidad, intereses creados y
otros socios y sujetos a fines, mi desilusión no puede ser más grande.
Eso me pasó con
la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina. Una obra profusamente
comentada por la crítica y vendida al parecer como pan caliente en los mercados
del libro, a un precio impresionante en nuestro país, equivalente a 20 dólares,
doceava edición, señala en la tapa el ejemplar que se me ha caído tantas veces
de las manos en mi intento por conseguir llegar a la última página.
La primera
pregunta que me asalta al terminar su lectura es: ¿Cómo se las arreglan estos
escritores para rellenar más de 200 páginas para finalmente no decir nada? La
segunda: ¿Cómo la crítica no advierte la palabrería y se deja engatusar por
esta característica, propia de algunos escritores ubicados en la cresta de la
ola, y que llamaría algo así como con exceso de oficio?Bien dijo alguna
vez Milán Kundera en una entrevista que no se puede hablar hoy de crítica
literaria propiamente tal, porque está sujeta a las leyes del mercado. Los
críticos prefieren conservar sus tribunas a comentar un libro con un criterio comprometido.
Alguien ha dicho que vivimos un momento histórico nominado como el fin de la
historia, porque ni siquiera los artistas -supuestos intelectuales de
vanguardia en una sociedad, se atreven a escribir hoy con la pluma cargada
hacia algún sentido. La tercera pregunta que me asalta, por cierto, es ¿cómo
podemos defendernos de la esta epidemia?
Javier Cercas en
su novela no es capaz de poner contra la muralla ni a fascistas ni a
republicanos, lo cual resulta una posición bastante cómoda, pero a un intelectual
debemos pedirle mucho más que comodidad. Ni mal ni dios ni con el diablo, parece
ser la consigna de los últimos tiempos, para así gozar libremente de las
bondades del mercado.
Sin embargo,
bien sabemos que nos ese el objetivo fundamental de una novela. A una obra
narrativa tenemos que exigirle otros asuntos primero, entretención, coherencia
interna, verosimilitud, acontecimientos, personajes… Las cuestiones propias del
género. Pero lo cierto es que es difícil separar una cosa de otra, para decir le
falta exactamente esto o justamente lo otro. Las novelas se leen enteras, y si
bien se comen a pedazos como las tortas, cada trozo tendrá que tener el sabor
de la torta completa. De manera que a la hora del análisis, la impresión suele
ser una sola.
Soldados de
Salamina intenta novelar la experiencia de un periodista frente a la
perspectiva de reconstruir la vida de un hombre en particular. A saber, un tal
Rafael Sánchez Mazas (que, dicho sea de paso, aparece mencionado mas de seis
veces como tal por página, una cuestión realmente sofocante. El narrador, o sea
el periodista novelista, no se introduce en ningún momento en la psicología del
personaje, ni si quiera cuando le ha servido de donee al relato. Sánchez Maza
ha sido fusilado pero se ha salvado de la muerte gracias a un soldado
republicano. Sin duda el girón de donde surge el mayor drama del personaje para
hacerse carne en la novela, es desperdiciado por el novelista para hacer un
perfil pobre de su vida desde una perspectiva periodística que tampoco alcanza
un nivel interés histórico. Porque resulta que el tal Sánchez Mazas, nunca se
hace carne en la novela, porque apenas se nos dice una cosa suya, luego ésta es
desmentida. Se nos dice primero que fue fundador del falangismo, pero luego se
nos asegura que por sobre todo era más bien escritor. Luego se afirma q1ue era
en verdad poeta, aunque poeta menor. Después se nos dice que fue un ministro
importantísimo de Franco, para luego señalar que fue destituido del cargo y
abandonado por el oficialismo a su suerte, que cayó en desgracia, pero la
recuperó, que quedó pobre, pero era rico, aunque después fue millonario, etc…
En suma, se nos dice que no es ni esto ni lo otro, con lo cual se nos niega la
posibilidad de imaginarlo de algún modo..
Indudablemente,
después de tanta palabrería, los lectores que nos hemos tenido que tragar
cientos de páginas estériles en honor al fenómeno de ventas de la novela, y a
su recepción crítica, esperando que a al vuelta de página aparezca finalmente
la justificación de todo eso, además del pago al esfuerzo de leer un edificio
de palabras construido a base de un buen oficio de parlanchín, el episodio con
Bolaño resulta, especialmente a nosotros a los chilenos que conocemos a bolaño
y sabemos que escribe en serio. Sin embargo, nuevamente, al cabo de poco andar,
en el único episodio bien escenificado y convincente de la obra, vemos caer al
escritor en la inserción gratuita de otra cuchufleta, inverosímil y poco
convincente. La historia de Miralles no convence porque está mal ligada a la
estructura y desarrollo de la novela. Se nota demasiado el artificio de hacer
pasar a Miralles por el soldado que le perdonó la vida al tal Sánchez Mazas. La
posible coincidencia no funciona, le falta trabajo.
Por otra parte,
quienes desconocemos los pormenores de la Guerra Civil española, presumimos que
Solados
de Salamina abordara al menos algún aspecto inesperado de ella, dado que
en principio la novela promete introducirnos en el tema tras ir tras la
biografía de uno de sus supuestos caudillos, vemos traicionada esta expectativa
al constatar que la dicha biografía se vuelve superficial y errática, sin
llegar a ninguna parte.
Miguel de Loyola
– El Quisco – Año 2002.-
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