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Nuestro tiempo terminó, Miguel de Loyola


Hace algunos años escribí en Facebook la frase “nuestro tiempo terminó”, y la reacción de los amigos de la web fue de repudio, la mayoría me trató de viejo, vejestorio, o comentarios por el estilo.
La frase, desde luego, se presta para muchas interpretaciones, y cada cuál puede tomarla como le parezca, pero en esa oportunidad la interpretación de rechazo fue unánime. Quise defenderme, pero no encontré las palabras ni los argumentos adecuados para convencerlos que estaban equivocados, tampoco me esforcé mucho, me sentía injustamente muy  mal interpretado. 
Tarde he descubierto que la gente en los medios digitales se traga las palabras como el rosario, sin digerir una sola letra. Tal persona dijo esto, señalan, y de esa manera te dejan etiquetado, rotulado para siempre, sin posibilidad de cambiar de parecer, o de opinar lo contrario, cuando la comunicación por dichos medios debiera llevarnos a la amplitud de criterio. Por el contrario, contribuye a cerrarlo, separando a los individuos del colectivismo que se pretende alcanzar. 
Los amigos del Facebook en consecuencia terminan convirtiéndose en enemigos, después de etiquetarte. Ni hablar cuando se trata de una opinión política, ahí sencillamente son capaces de acribillarte, eliminándote como “amigo”. También he vivido tales desilusiones, algunas muy grandes y dolorosas, cuando se ha tratado de personas amadas que te interpretan con ese odio inmisericorde del fundamentalismo ideológico que roe sus almas, pero es el riesgo de estar expuesto en dichas páginas sociales
Nuestro tiempo terminó, en ese entonces, cuando la escribí en Facebook, pretendía puntualizar la caducidad de nuestra generación, algo que saltaba completamente a la vista, dado el avance de la cibernética y de nuestra incapacidad para ponernos al tanto de sus adelantos, incluidas las páginas sociales que las nuevas generaciones ya comenzaban a reemplazar por otras formas más modernas de comunicación, mientras nosotros los G-80 todavía no acabábamos de aprender el uso de esa plataforma. Pero no se entendió, y eso me llevaría al descubrimiento de la incapacidad humana para percibir los cambios definitivos que vamos viviendo durante el transcurso del tiempo.
 Admitir la caducidad de las cosas, de los objetos utilitarios, no es ni la mitad de problemática como la de admitir el cambio de las ideas, sean éstas buenas o malas, falsas o verdaderas, mejores o peores. Nadie está dispuesto ni tampoco preparado para asumir los cambios, y la primera reacción ante su inminencia será el rechazo, la negación del mismo. 
Desconozco la realidad mental de otros países, de otras etnias, pero la nuestra en tal sentido no tiene arreglo. Esa falta de permeabilidad de pensamiento es la que no nos permite crecer, en ningún sentido, y nos morimos sin aceptar que nuestro tiempo termino, aunque las evidencias estén en todas partes. No es un problema de positivismo o negatividad, es un asunto de aceptación de la caducidad, del fin de algo, de la ruptura, del quiebre con algo que no va más, que definitivamente se acabó.


Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Mayo del 2020.-


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