Hace algunos años escribí en Facebook
la frase “nuestro tiempo terminó”, y la reacción de los amigos de la web fue de
repudio, la mayoría me trató de viejo, vejestorio, o comentarios por el estilo.
La frase, desde luego, se presta para muchas interpretaciones, y cada cuál puede
tomarla como le parezca, pero en esa oportunidad la interpretación de rechazo fue
unánime. Quise defenderme, pero no encontré las palabras ni los argumentos
adecuados para convencerlos que estaban equivocados, tampoco me esforcé mucho,
me sentía injustamente muy mal
interpretado.
Tarde he descubierto que la gente en los medios digitales se
traga las palabras como el rosario, sin digerir una sola letra. Tal persona
dijo esto, señalan, y de esa manera te dejan etiquetado, rotulado para siempre,
sin posibilidad de cambiar de parecer, o de opinar lo contrario, cuando la
comunicación por dichos medios debiera llevarnos a la amplitud de criterio. Por
el contrario, contribuye a cerrarlo, separando a los individuos del
colectivismo que se pretende alcanzar.
Los amigos del Facebook en consecuencia
terminan convirtiéndose en enemigos, después de etiquetarte. Ni hablar cuando
se trata de una opinión política, ahí sencillamente son capaces de acribillarte,
eliminándote como “amigo”. También he vivido tales desilusiones, algunas muy
grandes y dolorosas, cuando se ha tratado de personas amadas que te interpretan
con ese odio inmisericorde del fundamentalismo ideológico que roe sus almas, pero
es el riesgo de estar expuesto en dichas páginas sociales.
Nuestro tiempo
terminó, en ese entonces, cuando la escribí en Facebook, pretendía
puntualizar la caducidad de nuestra generación, algo que saltaba completamente
a la vista, dado el avance de la cibernética y de nuestra incapacidad para
ponernos al tanto de sus adelantos, incluidas las páginas sociales que las
nuevas generaciones ya comenzaban a reemplazar por otras formas más modernas de
comunicación, mientras nosotros los G-80 todavía no acabábamos de aprender el
uso de esa plataforma. Pero no se entendió, y eso me llevaría al descubrimiento
de la incapacidad humana para percibir los cambios definitivos que vamos
viviendo durante el transcurso del tiempo.
Admitir la caducidad de las cosas, de
los objetos utilitarios, no es ni la mitad de problemática como la de admitir
el cambio de las ideas, sean éstas buenas o malas, falsas o verdaderas, mejores
o peores. Nadie está dispuesto ni tampoco preparado para asumir los cambios, y
la primera reacción ante su inminencia será el rechazo, la negación del mismo.
Desconozco
la realidad mental de otros países, de otras etnias, pero la nuestra en tal
sentido no tiene arreglo. Esa falta de permeabilidad de pensamiento es la que no
nos permite crecer, en ningún sentido, y nos morimos sin aceptar que nuestro
tiempo termino, aunque las evidencias estén en todas partes. No es un problema
de positivismo o negatividad, es un asunto de aceptación de la caducidad, del
fin de algo, de la ruptura, del quiebre con algo que no va más, que
definitivamente se acabó.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile –
Mayo del 2020.-
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