Patricia Highsmith, escritora norteamericana (1921-1995), reconocida como maestra del suspenso, en su novela Extraños en un tren sumerge al lector en una trama trepidante, que se impone muy por encima de la novela de corte policial tradicional con que suele designarse su novela. Se trata de una obra de mayor relieve, de gran espesor psicológico, capaz de poner ante los ojos del lector el esqueleto de la personalidad de dos individuos. Los protagonistas, Guy y Bruno, ambos jóvenes menores de treinta años, son retratados como en una radiografía, dejando al descubierto sus esquemas y paradigmas. Ambos personajes, sin duda, están lejos de ser personas normales. Particularmente, Bruno, pero también Guy, el arquitecto que se verá extorsionado hasta cometer un crimen planificado por Bruno.
Estamos
aquí frente a una novela que fue llevada al cine por Hitchcock, el maestro del
suspenso. Artilugio narrativo que en esta novela se mantiene firme hasta el
final, tensando capítulo tras capítulo esa cuerda que arrastrará al lector
hasta el fin de la historia, ansioso por conocer el final. Aunque aquí no por
el interés de conocer al asesino, como ocurre en la novela policial de corte
clásico, sino movido por conocer el tinglado psicológico que sostiene a los
personajes.
La
personalidad delirante de Bruno sorprende al lector desde el primer momento, a
partir de su encuentro en el tren con Guy, quien se constituye en la cara
opuesta de aquel. Un tipo que ha fracasado en su matrimonio, y que no goza del
ímpetu ni de las obsesiones de Bruno, exacerbadas por el alcohol. El contraste entre ambos, termina perfilando
las caras de una misma moneda, lo apolíneo y lo dionisiaco presente en todos los
hombres. Guy a pesar de todos los malos ratos que lo hará pasar Bruno a partir
de aquel encuentro, terminará considerándolo su amigo, su sombra, su socio.
Bruno por su parte, en ningún momento llega a despreciar a Guy, a pesar de sus continuos
desaires. Lo idolatra acaso como el tipo que él no es, y quisiera
indudablemente serlo: un profesional exitoso, que además goza del amor de una
mujer que despierta su interés por el sexo opuesto que no haya en otras..
Las
mujeres de la novela también representan los estereotipos de la mujer
norteamericana y de la mujer en general, aunque más someramente dibujadas en su
calidad de personajes secundarios. La madre de Bruno, a la típica mujer
superficial, absorbida por el lujo y el placer, incapaz de advertir el
alcoholismo que arrastra su hijo, a quien sigue viéndolo como a un niño. La ex
de Guy, Myrian, representa a la juventud vanguardista de su época, una
generación liberal que dará pie a la revolución hippie. La más sensata parece
ser Anne, la prometida de Guy, aunque incapaz de percibir el conflicto que vive
su esposo. También está la madre de Guy, quien indudablemente se proyecta como
el prototipo de madre que va quedando hundida en el pasado por los cambios de
las nuevas generaciones. Es la voz moderada, la voz de la conciencia.
La
mirada social de la novela es amplia, recrea las dos capas que constituyen la
sociedad Norteamérica, tan bien representada por sus vertiente políticas:
demócratas y republicanos. La diferencia entre ambas, la reflejan la
personalidad de ambos protagonistas. Sus preferencias y gustos oscilan entre el
placer y el displacer, tan propio en las sociedades que gozan de un buen pasar.
Extraños
en un tren es una novela que no dejará incólume al
lector, continuamente se verá cuestionado por las acciones y pensamientos que
atraviesan sus controvertidos personajes.
Miguel
de Loyola - Santiago de Chile –
Noviembre del 2020
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