No hay quien no haya soñado alguna vez con la idea de dar el batatazo: ¿me equivoco? Darle el palo al gato, es otra expresión de lo mismo todavía más gráfica, aunque inaceptable para los tiempos que corren. Los animalistas podrían levantar polémica si descubren que alguien tiene la intención de darle el palo al gato.
Disquisiciones aparte. Esperamos toda la vida ese
momento: ¿regalo del azar o consecuencia de nuestros actos? Si, decimos, me lo merezco, merezco al menos
un día de suerte en este mundo. La clave está en no perder la esperanza. El verdadero
jugador no la pierde nunca, y en este mundo, todos al fin y al cabo no somo más
que eso: jugadores.
La mayor dificultad pasa por entender el juego y aceptarlo.
Entender sus reglas, porque no hay juego sin reglas. He ahí la paradoja, he ahí
el dilema, he ahí la contradicción. Sólo en la medida que las entendemos nos
integramos mejor al juego, de lo contrario no podemos jugar. Así de simple, así
de complejo. Habría que comenzar enseñándoselas a los niños para que no sufrieran
frustraciones más adelante. También a la clase política, aunque ellos en su
mayoría dominan la técnica. Pero hay que advertir a los incautos.
Hay reglas, esa es la cuestión principal. Sin ellas
no hay nada, esa es la otra cuestión principal. Reglas definidas, claras y
precisas que si no se aceptan no se puede jugar. Sólo en la medida que las
conocemos participamos del juego, organizamos nuestra jugada hasta dar en algún
momento el batazo: pelota en la red, palo al gato, campanazo…
Por cierto, sólo unos pocos lo advierten. La mayoría
damos palos a ciegas, nos dejamos llevar por esto y aquello, ilusionados por la
idea de que en cualquier momento la casualidad nos regalará el batatazo.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Viernes 2
de marzo del 2021
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