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Tiempos de cuaresma, Leonardo Padura.

 


Mario Conde, el clásico personaje policial de Leonardo Padura, encabeza esta vez la investigación de la muerte de una profesora joven, hermosa, de veinticuatro años, de nombre Lissette, inexplicablemente asesinada en su domicilio, donde no hay indicios de robo, violación, ni nada por el estilo. Paralelamente, el Conde se enamora de Karina, una bella y misteriosa mujer que aparece casualmente para endulzar su vida de hombre solitario.

Padura tiene sobrada maña para rellenar los intervalos entre los núcleos narrativos de la investigación policial, mediante los consabidos lugares comunes en la vida de su célebre personaje; los amigos, el tabaco, las mujeres, el sexo, recreando esos espacios con el desenfado y desencanto con que se desenvuelve Mario Conde en su vida. Hay alusiones y críticas al mundo, como en toda novela negra, pero particularmente al sinsentido de la vida, a la falta de fe, a su desprecio por la religión, y hasta por los muertos. Mario Conde tiene una sola cosa firme en su vida, la amistad con el Flaco Carlos, un sobreviviente de guerra que ha quedado postrado en silla de ruedas, y a quien conoce desde su más tierna infancia. La madre de su amigo, es también como si fuera la suya propia, porque alimenta al Conde elaborando platos de una exquisitez y complejidad que escapa a la realidad de cubana, donde el racionamiento de los alimentos es severo, y todavía hay que hacer cola para conseguir un par de huevos, cuando los hay.  

Sin duda, el policía de Padura es un personaje controvertido. Sin embargo, semejante al estereotipo creado por la novela negra de todos los tiempos para el desarrollo de la intriga policial. Desenvuelto, desinhibido, vividor, solterón, adicto al tabaco y al alcohol. Su mayor particularidad estaría en que se trata de un policía cubano, cuyo radio de acción es Cuba y en concreto La Habana, donde sabemos impera un sistema muy distinto al nuestro, la democracia no existe, hay racionamiento alimenticio, y los edificios públicos huelen a un pasado glorioso pero rancio, detrás de sus muros deslavados y ruinosos. Una ciudad hermosa en el pasado, pero ahora en completa decadencia, por cuyas calles deambula este personaje que arrastra la nostalgia intrínseca de mejores tiempos. No hay crítica política directa, pero se desprende la incomodidad y las apreturas económicas que padece el pueblo. Pero ojo, sin reconcomio, sin odios ni violencia. Queda la duda de un conformismo inexplicable.

Vientos de cuaresma, es una novela eminentemente policial, pero en algunos capítulos desborda hacia otros tópicos, remeciendo la conciencia del lector con ráfagas de recuerdos relacionados con esa atmósfera crepuscular de la Cuaresma de los católicos, que hoy parece diluida en el tiempo.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Diciembre del 2017.-

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