Al
salir de casa esa mañana del mes de octubre, después de una licencia médica que
te ha mantenido confinado durante dos semanas, te encuentras con la sorpresa de que el Metro
no está funcionando. Lo cerraron, comenta un tipo por detrás tuyo, a mitad de la escalera de acceso, donde estás
detenido junto a otros pasajeros. Hay disturbios en las estaciones, señala otro
individuo, dicen que las están incendiando, declara un señor de terno y corbata.
Aún así, lo primero que piensas, claro, es
que será como otras veces, cerrarán por un rato la estación, pero la volverán a
abrir dentro de algunos minutos. Tal vez alguien se tiró a la línea otra vez,
como el mes pasado, concluyes también, recordando hechos semejantes acaecidos
en esa misma estación. Pero no se trata de eso, confirma el guardia a quienes lo
interrogan, protegido detrás de la reja que separa a quienes están adentro con los de afuera de la estación. La línea Uno
está suspendida y no tiene para cuando, explica finalmente el guardia de azul,
cuyo rostro sonrojado acusa preocupación, el rictus de su boca parece
desencajado de sus bigotitos entrecanos. Sólo entonces piensas que tal vez la
cosa es más grave. Las niñas del liceo asaltaron la estación y rompieron los
torniquetes ayer, cuenta otra persona entre las muchas que hay agolpadas todavía
en la escalera frente a la puerta, confiada en que de igual modo abrirán el
acceso y podrán retomar el trayecto hacia sus lugares de trabajo, como ocurre
normalmente, puesto que tampoco existe en la ciudad otra alternativa para
desplazarse de un extremo a otro. Desde hace algunas décadas, el desplazamiento
por la ciudad está supeditado a ese medio de transporte público.
Eso
ocurrió ayer en la mañana temprano, continúa explicado el guardia, después
trataron de incendiar la entrada lanzando bombas molotov. No puede ser, piensas,
eso es imposible, señalas. Siendo profesor de Liceo, a esas niñas adolescentes
no puedes imaginarlas llevando a cabo actos semejantes. Sin son unas pendejas,
vocifera una mujer. Y claro, lo son, tú estás seguro, unas mal criadas también,
te lo parecen, acostumbradas a hacer lo que se les antoja, es la opinión
consensuada durante los consejos de profesores a la hora de hablar de la
conducta escolar en el liceo. Más tarde, oirás el rumor que señala que hay
varias estaciones de Metro saqueadas y quemadas, porque se ha desatado un
estado de locura en la ciudad. Los ciudadanos han enloquecido, confirma una
radio, hemos vuelto a la barbarie, señala otra voz. Sin embargo, sospechas que nadie
explica bien lo que está pasando, aunque percibes a todo el mundo
desconcertado, boquiabierto como tú. Los noticiarios tampoco dan pie en bola,
comentas a tus colegas a la mañana siguiente en el Liceo. Hay vándalos en las
calles, hay barricadas, incendios, asaltos a supermercados, farmacias,
almacenes, botillerías. Se trata de manifestaciones públicas, protestas contra
el gobierno, el país, la economía, la educación el transporte público, la
jubilación, la salud, oyes decir a los periodistas, mientras continúas esa
noche boquiabierto mirando las imágenes de una ciudad en llamas. Otros sostienen que hay agitadores políticos
en las calles, disfrazados de estudiantes, se entiende, incitando a la gente para
que se rebele contra el sistema, contra el neoliberalismo; esa peste, ese
flagelo, esa ignominia del dios mercado que está matando a la gente más pobre,
reclaman. Otros advierten que aquí hay intervención extrajera, de Cuba,
Venezuela, de Bolivia… hasta de la CIA, denuncian algunos de tus colegas,
durante el cafecito de media mañana, mientras el liceo sigue tomado por los
estudiantes.
Comprendes
entonces que la ciudad entera se ha transformado en un campo de batalla, que las
avenidas han sido entrecortadas por manifestantes que las fuerzas de orden intentan
a diario disuadir en vano, porque apagan un foco aquí, mientras se enciende
otro peor más allá. No hay contingente suficiente para controlar el orden público
en la ciudad, confirman los voceros del propio gobierno, envueltos en el mismo
desconcierto. Pero hay disparos constantes de bombas lacrimógenas, de balines y
escopetas, aclara uno de tus colegas. Qué está pasando en el país, es la
pregunta generalizada durante el consejo de profesores, tratando de mantener la
calma, la serenidad para pensar y repensar lo que ha sucedido ya y lo que de seguro
todavía está por suceder, porque para mañana hay anunciada otra marcha, otro
paro, y para el siguiente y el subsiguiente, los camioneros amenazan con
tomarse las carreteras, reclaman por el precio del peaje, la bencina, el
petróleo, los impuestos...
Vuelves
a tu casa por la tarde caminando, porque no hay locomoción hacia tu sector, la
línea cuatro del Metro sigue suspendida. En tanto los noticieros televisivos continúan enseñando los desastres acaecidos a lo largo
del país. Iquique, Antofagasta, La serena, Viña del Mar,
Valparaíso, Talca, Concepción, Temuco han sido arrasadas… Por todas las
ciudades hay desmanes públicos, semáforos rotos, locales desmantelados,
incendiados, hoteles destruidos, autobuses quemados, barricadas donde arden muebles
de las oficinas públicas asaltadas. Se trata de manifestantes, sostienen los comentaristas
que no se atreven a emitir juicios de ningún tipo, sin explicar los motivos, pasando
la cámara en medio de una multitud que invade cada tarde la Alameda del
Libertador. Plaza Italia se ha transformado en centro neurálgico, donde grandes
masas de gente se agolpan a diario en torno a la estatua del general Baquedano.
Observas como algunos jóvenes encaramados sobre la cabeza misma del general, mantienen
clavada su bandera de guerra que flamea al viento en medio del humo de las
barricadas. Las bombas lacrimógenas siguen explotando en forma intermitente,
colmando la atmósfera de gases tóxicos, ¡Vaya negocio!, exclamas, pensando en la
fortuna amasada por el fabricante a esas horas… La cámara captura la imagen de
un manifestante que recoge una de las bombas disparadas y la devuelve en
dirección hacia las fuerzas policiales, a los grupos de carabineros replegados
a un costado, blandiendo sus escudos y escopetas. El carro lanza agua o
zorrillo como lo llaman, circula por entre la línea de fuego lanzando chorros
de agua podrida a diestra y siniestra, buscando recuperar los espacios tomados
por la multitud para devolverle la normalidad a la avenida. Pero resulta un
trabajo infructuoso, los manifestantes no están dispuestos a ceder espacio, y
abordan la avenida sin descanso, sin dar tregua a las fuerzas policiales.
Estamos en guerra, exclama más de alguien en medio de la refriega de pedradas y
palos.
Al
día siguiente, a la semana siguiente, al mes siguiente sabes que continúa la
guerra en las calles, que el liceo sigue tomado y que no hay señales de vuelta
a clases. Has visto como la ciudad de Santiago se ha ido transformado poco a
poco en un fortín, apertrechada contra los manifestantes. Las vitrinas y mamparas
de los edificios están ahora recubiertas por latones para defenderse de las
pedradas y puñetazos propinados por las hordas a todo lo que encuentra a su
paso, la gran mayoría de los semáforos va quedando con sus ojos colgando,
desarticulados y moribundos en medio de calles y avenidas, las modernas bibliotecas
públicas de los Parques aledaños a Plaza Italia han sido saqueadas y
convertidas en orinales. En medio del caos del tránsito, descubres de pronto a una
especie emergente de ciudadanos, tipos que pito en mano comienzan a dárselas de
policías para dirigir el tránsito en las esquinas, descongestionando un poco
los atascos de automóviles en las calles. Aun tenemos patria ciudadanos,
exclamas, mientras te detienes a tomarle una fotografía al hombre que ves
dirigiendo el tránsito, te sorprende su apariencia, claro, se trata del clásico
vagabundo que a diario se ve por las calles caminando enajenado. Pero ya sabes
que el caos continua, porque nadie puede detener la furia desatada, la
insurrección del país, la revolución señalan otros, trayendo a colación épocas
pasadas, banderas rojas, negras, banderas de lucha. Nadie puede detener la
furia desasada en las calles, tampoco a las organizaciones sociales clamando
por justicia social. Oyes cantos, alegría también en medio del caos; comparsas,
desfiles, mercado de las pulgas abiertos en medio de las multitudes aglomeradas,
mientras los sindicalistas aleonan de tanto en tanto a las masas con sus arengas
habituales. Sí, ahora ya comienzas a tener claro que todos al mismo tiempo están
exigiendo esto y aquello, educación, salud, previsión social, no más tag,
puntualizan otros, No + Uber, No + AFP, NO + Tag, señalan los carteles, Muera
el Tirano, Asesino, … Pero también percibes que hay otro sector silencioso que
no se pronuncia, que insiste en proseguir su vida normal, tratando de no llegar
atrasado al trabajo a pesar de la falta de locomoción, pasando por entre las
barricadas para volver por la tarde a casa, temiendo acaso perder la pega, que
de seguro escaseará después de aquel desastre. Y quien me va a pagar a mi el
dividendo si quedo sin trabajo, la cuota del auto, de la luz, del agua, oyes
decir en los noticieros a personas entrevistadas…
Ves
al gobierno que se desarma en promesas aquí y allá, entregando la oreja, tratando
de atinar, pero el estallido social no para, no se detiene, siguen las marchas,
las protestas, los manifestantes quieren que caiga el presidente de turno, que
se vaya, gritan, claman, sindicándolo como culpable, responsable de las
desdichas de un pueblo sufriente, cansado... Nueva Constitución, reclaman,
asamblea Constituyente, exigen. Fuera el tirano, puntualizan...
Y
entonces despiertas a media noche y crees que has soñado, que todo no ha sido
más que una pesadilla, la pesadilla del horror de ver a tu país enfurecido otra
vez, al borde del autoexterminio, conducido directamente a la barbarie por
fuerzas extraterrestres infiltradas, por un mono mayor que las multitudes
siguen a ciegas, imitando sus actos. Ves cascos, escudos, bombas, carros
blindados, aullido de sirenas, hogueras,
fuego por todos lados. Pero no, no has soñado, lo descubres apenas enciendes el
televisor. Las imágenes son de tu país, de Plaza Italia, de la Alameda del
Libertador, del Parque Bustamante...
Miguel de Loyola - Santiago de Chile, Noviembre 2019.-
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