Siempre viví bajo la sospecha de que el enemigo no estaba allá afuera, sino adentro. Sin embargo, hice hasta lo imposible por aislar mi fortaleza. Levanté murallas, castillos, torreones para defenderme, para aislarme de aquel enemigo externo, dejando en libertad al enemigo interno, el que estaba adentro y no afuera, el que tenía mayor control sobre mi que el otro, al que podía alejar mediante escudos, armas y fortificaciones.
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