La paridad de ambos equipos quedó manifiesta tras terminar cero a cero. Después, ya lo sabemos todos, vino la lotería de los penales. Una verdadera ruleta. En el pasado nunca nos favoreció la suerte, ahora sin embargo, en dos oportunidades, en dos finales el destino cambió, y se hizo lo que Julito Martínez habría gritado a viva voz en el estadio Nacional o en cualquier otro campo deportivo del mundo: ¡Justicia divina, justicia divina, señores!
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