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Capítulo de novela Campus Oriente



29. De la poesía y los poetas

Una tarde Samuel me interceptó de sopetón en uno de los pasillos para decirme que estaba decidido a dejar la carrera para dedicarse por entero a escribir poesía. Al principio me asusté sobremanera con la aparición, porque el tipo apareció repentinamente por detrás de una de las columnas que sostienen los pisos altos del edificio. Dichas columnas se encuentran a lo largo de los pasillos del primer piso conformando un cuadrilátero y son las que proporcionan al campus un aire entre medieval y gótico. Samuel, entre otros, era uno de los que tenía por costumbre aparecer y desaparecer en los momentos más increíbles desde las sombras oblicuas de las columnas. -Me voy, añadió decididamente después. Me voy compadre. Dejo por fin de este agujero y me voy a Chiloé a cultivar papas, a criar cerdos y por sobre todo a vagar por los mares australes como mis antepasados los onas, en una precaria embarcación fabricada con cueros de animal.
Estoy cansado de esta ciudad mausoleo, revestida de cemento, mi poesía necesita respirar aires más puros, vivir bajo un clima de paz y sosiego. Tu deberías irte también, Bernardo. Si quieres nos vamos juntos. De lo contrario, te vas terminar pudriendo aquí. Fíjate que conozco un par de personas allá que están dispuestas a darme trabajo en una granja. A mí esta universidad me tiene reventado, no soporto su clima de colegio de monjas, aquí nadie parece darse cuenta de los catastróficos acontecimientos que nos asolan. Aquí en esta universidad no hay estudiantes sino ignorantes que han venido a ocupar un lugar nada más que porque pueden costear la maldita mensualidad que apenas podemos pagar nosotros. Te aseguro que ninguno de los de nuestra generación ejercerá en el futuro la carrera, porque los profesores en este país con la Dictadura han perdido el poco status que les quedaba y ya ni si quiera ganan para llevar una vida digna. Este país compadre pinta para otra cosa, para el comercio, para el lavado de dinero, para las grandes transacciones en dólares, pero no para el desarrollo de la cultura. He estado pensándolo mucho durante todo este tiempo y he decidido que la única alternativa para desprenderme de toda esta mierda es largarme lo más lejos posible.
- La otra alternativa podría ser la lucha -le dije interceptando su monólogo que ya me estaba pareciendo extremadamente largo.
- La lucha, compañero, en este sistema es equivalente al suicidio ¿Qué podría conseguir un poeta como yo que no fuera la muerte ante un pelotón de milicos? Nos hallamos bajo el poder de un régimen que ha sesgado todo intento de lucha. Estamos presos en su historia, no podemos hacer mucho por cambiarla. Sólo nos está permitido acatar sus órdenes, sus malditas órdenes. Te aseguro que no me voy a arrepentir de largarme de aquí. Allá voy a entrar en la vida de una vez con el pie derecho. Te voy a enviar mis poemas desde la isla y podrás apreciar los cambios. Porque la poesía necesita más de la experiencia que la novela para crecer, para florecer y aquí nos estamos deprimiendo más de la cuenta con tanta inmovilidad. Aquí no pasa nada. Y posiblemente no seguirá pasando nada de aquí a unos diez años más. Al fin y al cabo los poetas no necesitamos estudiar una profesión porque nacimos con ella metida en los huesos. Tu también deberías entender bien eso si de verdad quieres llegar a convertirte en escritor algún día. Tu sabes que la vocación es un llamado profundo del alma al que no se le puede cerrar la puerta. Aunque algunos idiotas opinan que no es más que cuestión de oficio. En todo caso, si deseas ir a verme alguna vez, no tienes más que tomar el tren a Puerto Montt y de ahí cruzar el canal del Chacao hasta topar con la isla soberana de Chiloé. Yo viví gran parte de mi infancia en la isla grande, y el recuerdo de su clima y de su ambiente me persigue siempre. A veces despierto por la noche creyendo que estoy allá. Entonces siento el viento, la brisa, la garúa intermitente de la isla, junto con su inconfundible perfume marítimo. La isla me llama, me reclama como una madre a uno de sus hijos, me llama desde el fondo de sus laberintos, es la tierra la que clama mi presencia y quiero volver a ella como a veces también quisiera el hombre volver al vientre de la madre para olvidar las tristezas y sufrimientos que depara el mundo. A veces también acuden a mi mente el sonido d los tambores de los indios y siento como el alma se me inflama por dentro del pecho como un globo que en cualquier momento puede llegar a estallar de gozo. Los tambores que son el eco de las voces de nuestros ancestros que reclaman por la muerte de sus hijos, la muerte de tantos hermanos a lo largo del tiempo y que el legendario tambor vuelve cada cierto tiempo a resucitar. Por eso necesito partir a Chiloé a reencontrarme con los míos, con mi madre tierra y con mi padre mar, para que así a través de mi pluma vuelva otra vez el verso a derramarse sobre el papel, sobre la hoja blanca que es el símbolo de la existencia. Aquí estamos saturados de poetas citadinos, de poetas acomodados que nada entienden ni conocen de las entrañas de su propio país. Aquí estamos saturados de poetastros que con un par de palabras ridículas, consiguen ridiculizar la realidad. Claro que lo hacen de manera muy racional, como un chiste del intelecto, como si en verdad el sufrimiento y la angustia permanente del hombre sobre la tierra lo fuera, y no una degradante injusticia a la que ha sido sometido por las clases poderosas. Aquí estamos hasta la coronilla con las vacas sagradas en poesía, con los poetas que hacen vista gorda a los hechos, a los atropellos, a los asesinatos, a la oscuridad, al Toque de Queda, a la infamia, a la represión, a la impunidad, el país necesita poetas humanos, cargados de pasión y no de la maldita razón con que construyen sus poemas. Nosotros necesitamos una poesía HUMANA, no una INHUMANA POESIA. Porque la poesía es la voz oculta del hombre, la voz que el hombre omite por temor, la voz que le oprime el pecho, la voz que no alcanza expresión sino a través de la pluma del poeta…
Cuando Samuel terminó finalmente de hablar, le di la mano en señal de aprobación. Sus palabras me tocaban el alma, sin duda. Su pasión me contagiaba como pocas. Cuando recién lo conocí, el primer año de la carrera, parecía apenas un muchachito, un muchachito frágil, delgado, puro esqueleto. En cambio ahora, hasta la voz la tenía distinta. Ahora su voz era la de un poeta, de un poeta delirante, cargado de la vehemencia suficiente como para llevar adelante su proyecto de vida. Nos dimos un abrazo de despedida. Quedamos en que nos escribiríamos. También le dije que algún día iría a encontrarme con él en esos mares turbulentos del sur. Bajamos las escalinatas de la salida juntos. Y fue allí cuando me preguntó repentinamente por Paola. Tuve que decirle simplemente que era un sueño como otros que se habían ido, para no entrar en detalles. A esa hora de la tarde, casi noche, me hacía mal acordarme de ella.

Comentarios

Unknown dijo…
Y quién es Paola...?

cordialmente

jc
RUTHY dijo…
Adoro la poesía.Te escribí en tu primer artículo.Se me olvidaba pedirte me adiciones en tus vínculos:
http://ciudadluna.blog.com

http://ruthy-mispoemas.blogspot.com

GRACIAS.Yo te adiciono al mío.
Mimí- Ana Rico dijo…
¡Uhm! Poeta delilante, enardecido y
vehemente, si.

Me ha gustado la historia, estoy pensando enlazarla a mi blog si te avienes.
Un fuerte abrazo desde los mares de Extremadura.

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