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Atenas, una ciudad balneario


Atenas, la mítica capital griega, de los grandes pensadores, dramaturgos, atletas, deslumbra hoy día al visitante por su aspecto de balneario. Por sus calles pulimentadas bulle aquel ambiente característico de las ciudades costeras, inundadas por la fragancia y humedad del mar, a pesar del calor que durante el verano arrecia lo mismo que en el Caribe, derramándose amarillo anaranjado sobre calles y edificios de mármol relumbrante.

Todo huele bien por sus calles límpidas, que si bien atestadas de turistas, conservan identidad propia, de aspecto milenario y al mismo tiempo moderno, fundido en esos bloques de piedra caliza que ostentan murallas y escalinatas. Los edificios de una altura no mayor a cuatros pisos, según legislación vigente, se alzan uno tras otro conformando estructuras armónicas que no desentonan frente a la ciudad milenaria que se vislumbra sobre las colinas, enseñando la grandeza de un pasado inolvidable, origen de la cultura occidental. Algunos de los colosales edificios de la Acrópolis conservan parte de su esqueleto como estandarte de aquel pasado glorioso. La vista del Partenón, traslada al visitante a un tiempo y espacio hundido en la memoria por más de dos mil años. En esas colinas de la ciudad antigua, hasta es posible imaginar el incesante deambular de Sócrates por calles y escalinatas, dialogando con los ciudadanos sobre esto y aquello, según su costumbre de filósofo amistoso. Un espectáculo nocturno en el Odeón de Herodes Atico, transporta al auditorio a un mundo de ensueño, inolvidable. La estructura del imponente teatro, pareciera estar intacta, circundada por sus bellas gradas de mármol.

La comida en Atenas es excelsa, variada, colmada de platos exóticos y apetitosos. Destacan los productos del mar, las olivas y el queso de cabra. La clásica ensalada griega es un imperdible en la tierra de Hipócrates, padre natural de la medicina, quien cuidaba los mismo del alma como del cuerpo, sin separar uno de otro, entendiendo la salud como armonía entre cuerpo y espíritu. Una idea clásica que se ha ido desdibujando en medio de la modernidad, dejando la medicina en manos de especialistas expertos, pero sin conciencia de la integridad corporal.  

La influencia del imperio turco se hace notar en sus múltiples variantes gastronómicas, dejadas después de cuatrocientos años de ocupación. El pan, los guisos, los clásicos kebabs, rellenos de pollo o carne de cerdo, bañados en salsas de las mas variadas especies, despiertan el apetito voraz de los turistas. El vino griego tampoco falta, lo mismo que el agua fresca y cristalina en medio del calor abrazador del verano.  

El palacio del Parlamento destaca frente a la plaza Sintagma por su fachada límpida y relumbrante, pero sobre todo por los guardias que custodian la entrada a palacio, quienes visten un faldón de cuatrocientos pliegues que representan -se dice- los años de invasión turca, sumado a unos zapatones con pompones en la punta, y sonoros toperoles en la planta. Dichos guardias cargan al hombro un viejo fusil, y marchan a un compás inusual, que más parece baile que marcha militar. Cientos de turistas se agolpan a mirar y fotografiar el momento del cambio de guardia, seducidos por los extraños y divertidos movimientos de los guardianes del parlamento. Para muchos jóvenes griegos -cuentan- es un sueño conformar aquel cuerpo de honor.  

La bahía del puerto de Atenas requiere capítulo aparte por su longitud y tranquilidad, por algo se dieron allí las flotas más grandes de la antigüedad. Allí atracan ahora cientos de barcos y cada cual más enorme. Los cruceros de turismo destacan por su aspecto de ciudades ambulantes, de rascacielos flotantes atracados a los muelles, esperando el regreso de los turistas que cada mañana se lanzan a las calles a recorrer la ciudad. Hacia el otro extremo del puerto se suceden playas y atracaderos para yates de menor calada, donde el mar brilla de azul bajo un sol radiante. La gente se baña en el Pireo a cualquier hora del día, sin temor al hielo de otros mares. Es una rada acaso más amplia que ninguna otra en el mundo, donde sus astilleros destacan por su experiencia y eficacia.

La ciudad de Atenas se desborda hacia la costa, enseñando sus ventanas hacia el Mediterráneo, Egeo, Jónico, mares que lamen su ribera de un extremo a otro. Los toldos color verde os uro de las terrazas flamean de tanto en tanto, dando movimiento y alegría primaveral a la ciudad. Por aquí y allá surgen pequeñas iglesias ortodoxas, silenciosas y olvidadas por turistas presurosos por ir más al fondo de la historia, escalando las faldas de la Acrópolis en busca del encuentro con aquel pasado memorable de una civilización todavía – en el imaginario- modelo, y cuna de la democracia.


Miguel de Loyola  - Atenas – Junio de 2019


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