Por Fernando Jerez
Hace algunos días apareció un comentario muy inoportuno firmado por Miguel de Loyola, sobre una antigua novela mía, El miedo es un negocio. Digo inoportuno porque por aquellos días yo terminaba de leer con mucho entusiasmo Despedida de soltero -mi primer acercamiento a la narrativa de este escritor chileno poco conocido-, y,por consiguiente, deseaba escribir algo al respecto. En un país de tantas suspicacias y de practicar el auto bombo hasta poner en peligro la extinción de los adjetivos más ampulosos, sobre todo en literatura, pensé que mi nota sonaría a una vuelta de mano poco sincera. Pero no es así.
Su libro me gustó porque está bien escrito y por una conjunción de cualidades que me llevaron con agrado hasta la última página.
Miguel de Loyola, nacido en 1957, profesor de castellano, formó parte del taller que dirigía nuestro recordado José Donoso. Su novela nos sumerge en la más recóndita conciencia del doctor Fernando Durrett un funcionario de hospital que recibe una invitación para asistir a la despedida de soltero de un joven colega suyo. Este hecho lleva al casi anciano médico a contrastar su situación de jubilado ad portas, de vida marchita, con el proyecto lleno de ilusiones del novio. Desde su alma, vamos a conocer pues, los senderos por donde ha transcurrido su vida como una suerte de rendición de cuentas ante la asamblea que conforma un solitario espectador: él mismo.
Una de las magias del arte en general, y particularmente de la literatura consiste en la llamada visión de mundo de sus autores. En definitiva lo que leemos en despedida de soltero es el yo interior del doctor Fernando Durrett, ejercicio de voyerismo que no es posible practicar con tan ilimitadas posibilidades de expansión imaginativa como en las realidades que presenta la literatura. Porque a pesar de que las vidas humanas parecen ser idénticas entre sí, clones de otras vidas, a la hora del balance, cuando aparecen en la planilla contable los arrepentimientos, las frustraciones, las ilusiones y desengaños, los amores y los odios, clones todos, todas esas existencias están llenas de originalidades, como la hoja de un árbol nunca será igual a otra hoja del mismo árbol.
Así pues, el doctor Durrett utilizará el bisturí ya no para explorar los cuerpos de sus pacientes sino que para hacer incisiones en su propia alma, en la que descubrirá tejidos de distinta naturaleza, algunos sanos, otros muertos, otros en crecimiento, como si se tratara de las células de un recién nacido no desarrolladas aún.
Al final, en la despedida de soltero propiamente tal, la novela sufre un vuelco temático y estilístico como si la linealidad de la vida del médico estallara en mil pedazos y se dejara poseer por hallazgos inéditos.
Hay veces que he llegado al final de un libro con la misma sensación de haber ingerido un alimento de efectos contraproducentes para mi salud. La influencia funesta que produce en el escritor la lectura de un libro construido con recursos precarios obliga al afectado a una purificación urgente, por ejemplo, con un J.M. Coetzee. O un Pedro Salinas.
En cambio, despedida de soltero me ha producido una grata impresión. Llama la atención eso sí que Miguel de Loyola, un desmesurado devorador de libros, haya permanecido durante tanto tiempo sin entregarnos nuevas obras.
Hace algunos días apareció un comentario muy inoportuno firmado por Miguel de Loyola, sobre una antigua novela mía, El miedo es un negocio. Digo inoportuno porque por aquellos días yo terminaba de leer con mucho entusiasmo Despedida de soltero -mi primer acercamiento a la narrativa de este escritor chileno poco conocido-, y,por consiguiente, deseaba escribir algo al respecto. En un país de tantas suspicacias y de practicar el auto bombo hasta poner en peligro la extinción de los adjetivos más ampulosos, sobre todo en literatura, pensé que mi nota sonaría a una vuelta de mano poco sincera. Pero no es así.
Su libro me gustó porque está bien escrito y por una conjunción de cualidades que me llevaron con agrado hasta la última página.
Miguel de Loyola, nacido en 1957, profesor de castellano, formó parte del taller que dirigía nuestro recordado José Donoso. Su novela nos sumerge en la más recóndita conciencia del doctor Fernando Durrett un funcionario de hospital que recibe una invitación para asistir a la despedida de soltero de un joven colega suyo. Este hecho lleva al casi anciano médico a contrastar su situación de jubilado ad portas, de vida marchita, con el proyecto lleno de ilusiones del novio. Desde su alma, vamos a conocer pues, los senderos por donde ha transcurrido su vida como una suerte de rendición de cuentas ante la asamblea que conforma un solitario espectador: él mismo.
Una de las magias del arte en general, y particularmente de la literatura consiste en la llamada visión de mundo de sus autores. En definitiva lo que leemos en despedida de soltero es el yo interior del doctor Fernando Durrett, ejercicio de voyerismo que no es posible practicar con tan ilimitadas posibilidades de expansión imaginativa como en las realidades que presenta la literatura. Porque a pesar de que las vidas humanas parecen ser idénticas entre sí, clones de otras vidas, a la hora del balance, cuando aparecen en la planilla contable los arrepentimientos, las frustraciones, las ilusiones y desengaños, los amores y los odios, clones todos, todas esas existencias están llenas de originalidades, como la hoja de un árbol nunca será igual a otra hoja del mismo árbol.
Así pues, el doctor Durrett utilizará el bisturí ya no para explorar los cuerpos de sus pacientes sino que para hacer incisiones en su propia alma, en la que descubrirá tejidos de distinta naturaleza, algunos sanos, otros muertos, otros en crecimiento, como si se tratara de las células de un recién nacido no desarrolladas aún.
Al final, en la despedida de soltero propiamente tal, la novela sufre un vuelco temático y estilístico como si la linealidad de la vida del médico estallara en mil pedazos y se dejara poseer por hallazgos inéditos.
Hay veces que he llegado al final de un libro con la misma sensación de haber ingerido un alimento de efectos contraproducentes para mi salud. La influencia funesta que produce en el escritor la lectura de un libro construido con recursos precarios obliga al afectado a una purificación urgente, por ejemplo, con un J.M. Coetzee. O un Pedro Salinas.
En cambio, despedida de soltero me ha producido una grata impresión. Llama la atención eso sí que Miguel de Loyola, un desmesurado devorador de libros, haya permanecido durante tanto tiempo sin entregarnos nuevas obras.
Año,2005.
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