Victoria es posiblemente la obra cumbre
de Joseph Conrad. Una historia contada en tono mesurado, sin estridencias,
permitiendo esa lenta inmersión del lector en el tema, ambiente y personajes. Estamos frente a un narrador minucioso que no
escatima tiempo para llevarnos a la reflexión personal.
La morosidad de la
prosa, genera un contacto íntimo, y hacia allá conduce la narración. Estamos
aquí frente a una obra que requiere cierta competencia literaria, para gozar en
toda su magnitud su impecable factura novelesca.
Si bien se pueden
hallar algunos elementos del llamado thriller
que campea en la novela de nuestros días, la diferencia es notable. Conrad
acota detalles que convierten a sus personajes en seres posibles, desde su evidente
condición de teatrales, sin llegar a la caricatura, como ocurre en el thiller.
El trío de rufianes que irrumpe en medio de los acontecimientos, ha sido
hábilmente instalado para dramatizar, para afinar las cuerdas de la intriga que toda
historia requiere para mantener tensión y suspenso. A este lector, el trío de
secuaces, recuerdan los de Arturo Pérez-Reverte en sus clásicos best seller
actuales.
La novela cuenta
la vida de Axel Heyst, apodado el Sueco. Un hombre de ascendencia aristocrática,
quien tras la muerte del padre, se dio a la aventura de los mares hasta
terminar radicado en una isla, confinado a la soledad, al silencio y la
reflexión, después del quiebre de su empresa de carbón. Sin embargo, los
rumores que rondan en torno a su persona y los posibles tesoros que esconde en
la isla, sumado a un acontecimiento inesperado del cual el mismo ha sido actor
determinante, terminarán por alterar su vida
apacible.
La novela toma
como escenario una isla del mar de Java, denominada Samburan, relativamente cercana
a Surabaya -otra isla-, donde Shoemberg, enemigo del Sueco, regenta un hotel de
cierta importancia. Ambos lugares son exóticos, característicos en las novelas
de Conrad, donde la naturaleza de alguna manera determina la personalidad del
personaje. La isla es, desde luego, sinónimo de soledad, misterio, lejanía. Refleja
muy bien la soledad de las almas que Conrad busca retratar, perfilándolas en
medio del ambiente que habitan. El mar se interpone como obstáculo, cual
barrera infranqueable, aunque a la vez único conducto para relacionarse con los
otros. Tal como sucede en la vida misma, y por allí hallamos alegoría, las
relaciones entre los hombres son siempre peligrosas, de no mediar la amistad, el
amor... Es decir, para establecer esos lazos, es necesario cruzar el mar que
separa a unos de otros, enfrentando los peligros que el viaje implica. Morrison, por ejemplo, simboliza claramente
el puente posible entre las islas, tras sus viajes de cuando en cuando a una y
otra. Será emisario y a la vez salvador. Es el amigo por excelencia, dispuesto
a ayudar a otros surcando esos mares peligrosos, sin esperar recompensas, sin
cuestionar tampoco la vida del otro, permaneciendo siempre como observador a la
distancia, sin juzgar la realidad, ni menos a sus semejantes. Hay en este
personaje, junto al sueco y también se da en Alma, un claro gesto de la moral
que Conrad quiere hacer notar, propia de los hombres más cultos, que no contaminan
la realidad con prejuicios y presunciones, tan propias del hombre vulgar.
En Victoria, como en toda obra maestra, hay una suerte de conjunción de tópicos resonando,
girando y despertando la conciencia del lector como verdaderas alarmas,
llamados de atención, luces de emergencia, pistas posibles... Está sin duda la
pasión amorosa como telón de fondo, junto a la idea del paraíso perdido por
causa del mal, del mal que surge por envidiar a otro, por inmiscuirse en otras
vidas, descuidando la suya propia, como es el caso de Shoemberg. Algo que
ocurre diariamente en nuestra sociedad, donde la mitad envidia a la otra mitad,
donde se vive criticando lo que hace el otro. Conrad recrea esta realidad del
modo más sutil, a través de la
proyección de una vida, esbozando la vida del sueco, sus pensamientos, su
figura. Un personaje que quedará grabado en la conciencia del lector en toda su
magnitud y significancia, porque en más de algún episodio, terminará identificado
en él.
Miguel de
Loyola - Santiago de Chile - Enero del
2017
Comentarios