Pertenecer a la
minoría hoy parece un privilegio. Antes
no, estabas jodido. Cuando en los barrios la mayoría jugaba a la pelota en las
calles y había alguno que no le gustaran tales juegos, estaba perdido,
terminaba haciendo amistad con la soledad. Hoy día eso no ocurre,
porque los
intereses colectivos se han disgregado en grupúsculos, y quienes no participan
de las mayorías puede arreglárselas perfectamente en solitario. Los niños se
entretienen solos frente al computador y no necesitan de la pandilla para
reafirmar su personalidad.
Tengo la
impresión de que el auge de las minorías por sobre las mayorías viene a refrendar
las diferencias congénitas existentes entre los seres humanos. Si ayer los
socialismos de izquierda o de derecha pretendían igualar al hombre en masas
unificadas, igualitarias, totalitarias; hoy día eso está caduco. Las minorías
se alzan por sobre las mayorías exigiendo sus derechos, étnicos, raciales,
ancestrales, sexuales, ambientales…, poniendo énfasis en las diferencias que
separan a unos de otros.
Nos enfrentamos
así a un nuevo mundo, y quienes todavía no logran percibir estas
transformaciones radicales en el comportamiento social, solo demuestran falta
de permeabilidad a los cambios que están ocurriendo a partir de la llamada
posmodernidad.
En Chile, algunos
cabeza dura todavía insisten en asuntos de caducidad absoluta, ignorando las
nuevas tendencias emergentes. Ya no habrá masas guiadas por pastores, por
líderes idealizados, seguirán surgiendo grupos, pequeños grupos autosuficientes
que interpretan y anteponen claramente sus diferencias, esas diferencias
inherentes a la naturaleza humana que nos hacen distintos a unos de otros.
Miguel de Loyola – Santiago de
Chile – Septiembre del 2017.-
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