—El planeta que aparece a continuación en sus pantallas se llama tierra. Sus habitantes son llamados terrícolas. Se caracterizan por ser individuos infelices, —comentó el comandante de la nave a través del circuito de comunicación.
—¿Infelices?
—Preguntó asombrado el pasajero número 41 de la nave intergaláctica procedente
de Carlo Magno, un planeta autónomo de la galaxia Andrómeda II.
El
piloto respondió al instante: afirmativo. Infelices, repitió. Nunca están
felices. No se conforman con nada.
La
nave de turismo viajaba en dirección a la galaxia Orígenes, donde los planetas circulaban
en forma errática, sin órbitas precisas, pero sin colisionar jamás entre ellos
dentro de una bóveda espacial color granate. Se trataba de un viaje de turismo
intergaláctico bastante común, lo hacían cientos de naves espaciales provenientes
de las más diversos rincones del universo.
—Es
extraño, —dijo el primer pasajero que reaccionó al comentario del comandante de
la nave—. Es muy extraño que estando vivos sean seres infelices.
—Así
es, —respondió la voz del oficial—, un fenómeno muy extraño. Miren, ahora
pueden ver en sus pantallas el aspecto físico de los terrícolas, verán que no
es muy distinto al nuestro. Tienen cabeza calva, ojos, cejas, pestañas, boca,
nariz, orejas, piernas, brazos…
En
la pantalla aparecieron varios terrícolas circulando por un centro comercial
como animales salvajes, tropezando unos con otros. Sus rostros denotaban ansiedad,
desencanto eterno, a juicio de los pasajeros.
—¡Tienen
la piel más oscura que nosotros! —Exclamó espantado el pasajero 309 tras
constatar el hecho.
Los
pasajeros comenzaron a murmurar entre ellos, preguntándose qué clase de
enfermedad padecerían aquellos seres. Algunos activaron sus procesadores para
buscar respuestas inmediatas, mientras otros optaron por dormir desplegando sus
cápsulas en posición vertical para colgarse como murciélagos durante un rato,
olvidándose del tema.
—Viven
muy poco, —agregó el Comandante al rato después—. Tal vez sea la causa principal
de su infelicidad. Los terrícolas no viven más de cien años.
—¿Mueren,
entonces? —Preguntó asombrado otro de los pasajeros.
—Si.
Se mueren, pero aún así pierden su tiempo mientras viven.
—O
sea su estado de evolución es mínimo. Viven en un estado primario, —concluyó el
pasajero 121.
—Por
supuesto. Su cerebro no se ha desarrollado más que en un 5%.
—¡Guau!,
—gritó el pasajero 77 saltando de su butaca hasta topar el techo abovedado de
la nave—. Son prácticamente animales, entonces. Quizá ladran…
—En
términos exactos no, pero evolucionan muy lentamente. Suelen quedarse pegados al
pasado. Su cerebro no fluye, lo atascan ideas caducas. —Aclaró el piloto, no
ven más allá de sus narices.
—Aquí
explican que se dejan conducir en rebaños, y por eso no evolucionan como los seres
libre pensantes, —comentó el pasajero 121, después de revisar en su procesador
la historia completa del planeta en menos de treinta segundos.
—Interesante,
—dijo el piloto—. Eso no lo sabía. Las veces que paso por aquí me limito a
informar las cuestiones mínimas frente a los planetas que vamos cruzando en
nuestro viaje a Orígenes. Así los pasajeros se hacen una idea de los distintos
rincones del universo. En todo caso, este es un sitio bastante olvidado, de poco
interés para el turismo, dado su grado de retraso.
—¿Y
ninguna nave intergaláctica se ha detenido en dicho planeta? —Preguntó otra vez el pasajero número uno.
—A
muy pocas le ha interesado un planeta tan retrasado en medio de este universo
en evolución constante. Su grado de evolución, como ya se dijo, es básica. Además,
viven en guerra permanente entre ellos mismos la mitad de su vida. Son seres peligrosos,
agresivos.
—¿Y
nadie los ayuda? —Preguntó la pasajera número noventa y cinco, con un tono de
voz bastante más atractivo que las otras, musical y acogedor.
—Lo
han intentado algunos, pero sin resultados, —contestó al vuelo el pasajero 121 que
manejaba un procesador más avanzado en su cerebro. No se dejan ayudar, agregó
después. Padecen una serie de patologías mentales: egoísmo, orgullo, envidia,
egolatría...
—Jajajajajajajaja,
—rieron en masa los cuatrocientos cincuenta pasajeros de la nave intergaláctica
que en ese momento estaban despiertos.
—Vanidad,
soberbia, hipocresía, —agregó el 201, ubicado en una de las alas laterales de
la nave, haciendo una mueca burlona que volvió a hacer reír al resto de los
viajeros.
—Sí,
también algunos se creen dioses: El rebaño los convierte en algo parecido, —agregó
la pasajera 140.
—No
valen la pena detenerse entonces, —concluyó el pasajero 201—. A quien podría
interesarle un planeta donde sus habitantes padecen tales enfermedades. Están
condenados a seguir sufriendo, porque además son enfermedades contagiosas...
En
ese momento las pantallas cambiaron de imagen, enseñando el planeta siguiente,
perteneciente a otro sistema.
—Ahora
pasamos frente a St. Patrik, —anunció el comandante—. Un planeta en evolución
permanente. Es la antítesis del que acabamos de dejar atrás. Se dice que es uno
de los más avanzados del universo.
—Vaya,
qué interesante, —comentó el pasajero 55, y otros tantos que volvieron sus
butacas a la posición horizontal tras oír aquel comentario.
***
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