El romance no duró más de tres o cuatro semanas, sin embargo Loreto continuó visitando la Disco con la misma regularidad. Claro que su rostro no volvió a ser igual, se podían leer las huellas dejadas por la desilusión en sus ojos, en sus párpados caídos, en el rictus de su boca pintado de amargura. Se había enamorado del tipo como la primera vez de su marido, comentó en varias oportunidades a su grupo de amigas. Tenía serias pretensiones de reorganizar mi vida junto a él, confesaba también, cuando conseguía mayor atención de alguna. La mayoría ya no quería escuchar sus penas de amor. Te lo advertí, me daban deseos de decirle, todos de una u otra forma te lo advertimos, le habría largado en cualquier momento de debilidad. Me dolía verla alicaída, sufriendo por el amor de un hombre otra vez, sin aprender nunca la lección.
Loreto comenzó a beber más de la cuenta,
entre cuatro y hasta seis caipiriñas durante las horas que pasaba aquí. Sus
amigas se mostraban alarmadas cada vez que llamaba al mozo exigiendo otro
trago, pero ninguna disponía del poder
suficiente para disuadirla y sacarla de ese estado de abandono, de apatía. Incluso
dos de ellas optaron por hacer grupo aparte cuando una noche descubrieron que su compañía les
hacía mal gancho. Los hombres se acercaban menos, no se atrevían, se sentían
cohibidos. Una mujer ebria produce tanto o más rechazo que un hombre bebido,
eso lo sabe cualquiera. Te vas a quedar sola, me daban ganas de decirle, pero
Loreto no me hablaba desde aquel día cuando le advertí que tuviera cuidado con
ese tipo. Ni siquiera me miraba, daba vuelta la cara cada vez que me veía, cada
vez que nos topábamos en la entrada, en el bar o a la salida. En cambio yo no
podía dejar de mirarla, de sentir compasión por ella. Raquel se dio cuenta un
día que estábamos juntas en la barra sacando un pedido para un grupo grande, me
vio mirándola embobada, y a mi se me llenó la cara de vergüenza cuando me lo
dijo, porque era cierto, no le podía sacar los ojos de encima, sentía pena por
ella y también rabia de verla reaccionar como una mina estúpida. La galla era regia, no tenía por qué sufrir
por un tipo, ni menos de esa clase, no calzaba con la suya. Renato no era más
que un hombre vulgar, ramplón, farrero, y ella una mujer de modales
refinados. De mirarla, cualquiera se
daba cuenta.
Poco tiempo después Renato apareció en la
Disco tan campante como antes, acompañado de otra tipa, por supuesto. Una mujer
menos atractiva que Loreto, aunque provista de un cuerpo llamativo, gusto de hombres,
dijeron todas. Mientras la nueva parejita bailaba feliz de la vida, Loreto
permanecía bebiendo sus caipiriñas en silencio. Sin duda, ahora lo odiaba, como
ocurre siempre después de un desengaño, se pasa del amor al odio por el mismo
camino. El tipo era un descarado, un sinvergüenza, un aprovechador que no
perdía el tiempo, y además sin escrúpulos para dejarse ver en compañía de otra.
Su esposa debía ser una bruta para no darse cuenta, o una mojigata que vivía
con los ojos vendados sin enterarse de nada, preocupada de los niños, como es
típico; del colegio, de las tareas, del uniforme...
A veces Loreto hastiada de verlo bailar y
sonreír, le salía al paso con intenciones de agredirlo, y por supuesto nos
veíamos en la obligación de intervenir. En tales casos Renato se hacía la
víctima, claro, que más se puede esperar de un tipo así. El ambiente se volvía
turbio en el local, la gente se daba cuenta de la situación, algunas personas salían
disparadas, temerosas, asustadas de que pudiera sucederles algo, sobre todo
quienes venían de visita por primera vez a la Disco. Así que un viernes tuvimos
que cortarle la entrada a Renato por orden del dueño, la situación estaba
poniendo en peligro la reputación del local, nos dijo, agregando que es sabido
que el correo de las brujas suele ser letal en ese aspecto y por eso debíamos
cuidarlo mucho. Resultaba evidente que para ningún cliente el conflicto de la
pareja pasaba desapercibido.
Renato reaccionó furioso aquel día y armó
un escándalo en la puerta, reclamando sus
derechos, alegando que el problema era Loreto y no él. Soy abogado, dijo
además, amenazando con una querella al local. Puede venir cuando no esté ella,
atinó a decir el guardia, un tipo bastante juicioso para su oficio. A pesar de
su intimidante corpulencia, metro noventa y tres o tal vez más, el hombre sabía
siempre conservar la calma durante los momentos conflictivos, sin agredir a
nadie físicamente antes de ser violentado. En el local nos sentíamos seguras
cuando estaba de turno, y no ocurría lo mismo cuando tomaba el turno el otro gigantón
que lo reemplaza algunos fines de semana. Ese no tenía criterio alguno para
resolver problemas, salvo el empujón, el manotazo, la agresión física antes de esperar cualquier
explicación. Seguro que si hubiese estado en esa oportunidad le hubiera
propinado un golpe a Renato, ocasionando un problema aún mayor. Claro que
Renato se lo merecía por su prepotencia, por sus amenazas, por su falta de consideración.
Los hombres son tan brutos que no son capaces de percibir las más mínimas
sutilezas femeninas, por eso me apestan.
No era capaz de darse cuenta del malestar de Loreto, de comprender su dolor, su
sufrimiento, su desengaño. Al contrario, parecía actuar adrede cuando
besuqueaba a vista de todos a esa pechugona en medio de la pista. Estoy segura
que lo hacía para herir y hundir aún más a la pobre Loreto, actuaba como un adolescente
o un maldito.
El caso es que por suerte el tipo dejó de
venir y se acabaron los problemas en la Disco para nosotros. Loreto poco a poco
comenzó a recuperarse, a olvidar, a beber menos, a sentirse más segura de sí
misma otra vez. Parecía bastante recuperada cuando de casualidad nos enteramos
de la muerte de Renato. La noticia venía en la primera página del diario que solía
comprar el barman, bajo el rótulo de Crimen Pasional. Ese día nos quedamos sin habla cuando lo
reconocimos en una foto, no había dudas que era él. Loreto no parecía enterada
de la noticia, porque el viernes cuando
vino, bailó toda la noche hasta que se fue. Por supuesto que nadie se atrevió a
comentarle nada. Aunque esa noche me desvelé pensando en quien podría haber
hecho una cosa así.
Miguel de Loyola - Cuentos inéditos 2021.
Comentarios