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Disco 40, segunda parte


 El romance no duró más de tres o cuatro semanas, sin embargo  Loreto continuó visitando la Disco con la misma regularidad. Claro que su rostro no volvió a ser igual, se podían leer las huellas dejadas por la desilusión en sus ojos, en sus párpados caídos, en el rictus de su boca pintado de amargura. Se había enamorado del tipo como la primera vez de su marido, comentó en varias oportunidades a su grupo de amigas. Tenía serias pretensiones de reorganizar mi vida junto a él, confesaba también, cuando conseguía mayor atención de alguna. La mayoría ya no quería escuchar sus penas de amor. Te lo advertí, me daban deseos de decirle, todos de una u otra forma te lo advertimos, le habría largado en cualquier momento de debilidad. Me dolía verla alicaída, sufriendo por el amor de un hombre otra vez, sin aprender nunca la lección.

Loreto comenzó a beber más de la cuenta, entre cuatro y hasta seis caipiriñas durante las horas que pasaba aquí. Sus amigas se mostraban alarmadas cada vez que llamaba al mozo exigiendo otro trago, pero  ninguna disponía del poder suficiente para disuadirla y sacarla de ese estado de abandono, de apatía. Incluso dos de ellas optaron por hacer grupo aparte cuando  una noche descubrieron que su compañía les hacía mal gancho. Los hombres se acercaban menos, no se atrevían, se sentían cohibidos. Una mujer ebria produce tanto o más rechazo que un hombre bebido, eso lo sabe cualquiera. Te vas a quedar sola, me daban ganas de decirle, pero Loreto no me hablaba desde aquel día cuando le advertí que tuviera cuidado con ese tipo. Ni siquiera me miraba, daba vuelta la cara cada vez que me veía, cada vez que nos topábamos en la entrada, en el bar o a la salida. En cambio yo no podía dejar de mirarla, de sentir compasión por ella. Raquel se dio cuenta un día que estábamos juntas en la barra sacando un pedido para un grupo grande, me vio mirándola embobada, y a mi se me llenó la cara de vergüenza cuando me lo dijo, porque era cierto, no le podía sacar los ojos de encima, sentía pena por ella y también rabia de verla reaccionar como una mina estúpida.  La galla era regia, no tenía por qué sufrir por un tipo, ni menos de esa clase, no calzaba con la suya. Renato no era más que un hombre vulgar, ramplón, farrero, y ella una mujer de modales refinados.  De mirarla, cualquiera se daba cuenta.

Poco tiempo después Renato apareció en la Disco tan campante como antes, acompañado de otra tipa, por supuesto. Una mujer menos atractiva que Loreto, aunque provista de un cuerpo llamativo, gusto de hombres, dijeron todas. Mientras la nueva parejita bailaba feliz de la vida, Loreto permanecía bebiendo sus caipiriñas en silencio. Sin duda, ahora lo odiaba, como ocurre siempre después de un desengaño, se pasa del amor al odio por el mismo camino. El tipo era un descarado, un sinvergüenza, un aprovechador que no perdía el tiempo, y además sin escrúpulos para dejarse ver en compañía de otra. Su esposa debía ser una bruta para no darse cuenta, o una mojigata que vivía con los ojos vendados sin enterarse de nada, preocupada de los niños, como es típico; del colegio, de las tareas, del uniforme...

A veces Loreto hastiada de verlo bailar y sonreír, le salía al paso con intenciones de agredirlo, y por supuesto nos veíamos en la obligación de intervenir. En tales casos Renato se hacía la víctima, claro, que más se puede esperar de un tipo así. El ambiente se volvía turbio en el local, la gente se daba cuenta de la situación, algunas personas salían disparadas, temerosas, asustadas de que pudiera sucederles algo, sobre todo quienes venían de visita por primera vez a la Disco. Así que un viernes tuvimos que cortarle la entrada a Renato por orden del dueño, la situación estaba poniendo en peligro la reputación del local, nos dijo, agregando que es sabido que el correo de las brujas suele ser letal en ese aspecto y por eso debíamos cuidarlo mucho. Resultaba evidente que para ningún cliente el conflicto de la pareja pasaba desapercibido.

Renato reaccionó furioso aquel día y armó un escándalo en la puerta,  reclamando sus derechos, alegando que el problema era Loreto y no él. Soy abogado, dijo además, amenazando con una querella al local. Puede venir cuando no esté ella, atinó a decir el guardia, un tipo bastante juicioso para su oficio. A pesar de su intimidante corpulencia, metro noventa y tres o tal vez más, el hombre sabía siempre conservar la calma durante los momentos conflictivos, sin agredir a nadie físicamente antes de ser violentado. En el local nos sentíamos seguras cuando estaba de turno, y no ocurría lo mismo cuando tomaba el turno el otro gigantón que lo reemplaza algunos fines de semana. Ese no tenía criterio alguno para resolver problemas, salvo el empujón, el manotazo,  la agresión física antes de esperar cualquier explicación. Seguro que si hubiese estado en esa oportunidad le hubiera propinado un golpe a Renato, ocasionando un problema aún mayor. Claro que Renato se lo merecía por su prepotencia, por sus amenazas, por su falta de consideración. Los hombres son tan brutos que no son capaces de percibir las más mínimas sutilezas femeninas,  por eso me apestan. No era capaz de darse cuenta del malestar de Loreto, de comprender su dolor, su sufrimiento, su desengaño. Al contrario, parecía actuar adrede cuando besuqueaba a vista de todos a esa pechugona en medio de la pista. Estoy segura que lo hacía para herir y hundir aún más a la pobre Loreto, actuaba como un adolescente o un maldito.

El caso es que por suerte el tipo dejó de venir y se acabaron los problemas en la Disco para nosotros. Loreto poco a poco comenzó a recuperarse, a olvidar, a beber menos, a sentirse más segura de sí misma otra vez. Parecía bastante recuperada cuando de casualidad nos enteramos de la muerte de Renato. La noticia venía en la primera página del diario que solía comprar el barman, bajo el rótulo de Crimen Pasional.  Ese día nos quedamos sin habla cuando lo reconocimos en una foto, no había dudas que era él. Loreto no parecía enterada de la noticia,  porque el viernes cuando vino, bailó toda la noche hasta que se fue. Por supuesto que nadie se atrevió a comentarle nada. Aunque esa noche me desvelé pensando en quien podría haber hecho una cosa así.

 

Miguel de Loyola - Cuentos inéditos 2021.

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