La pluma refinada de Edith Wharton recrea en La edad de la inocencia ( 1920 ) el mundo en que se mueve la gente adinerada de la próspera nueva york a fines del siglo XIX. Se sabe que la escritora fue discípula selecta de Henry James, y su escritura denota las marcas indelebles del maestro. Destaca al igual que en las novelas de James, la pericia y el grado de intimidad alcanzado a la hora de develar y exponer las características psicológicas de los personajes. Se nota el refinamiento para tratar las complejidades humanas circunscritas a un medio social claramente definido, que impone reglas y costumbres difíciles o imposibles de abandonar.
En La edad de la inocencia el lector
enfrenta el drama de dos jóvenes amantes privados de la pasión que consume sus
vidas por causa del medio social de pertenencia. Un tema clásico, sin duda,
tratado en muchas novelas de la misma época. Desde luego, un asunto que hoy día
no merece la misma atención, ni menos el desgaste psicológico de aquellos años
para quienes padecían tales conflictos. Sin embargo, lo interesante de la
novela es su manera de abordar el tema sin caer en lugares comunes ni escenas
explicitas o vulgares, sino jugando siempre con esa radiante ambigüedad que
caracteriza la pluma de los escritores experimentados. Wharton aborda el
problema sin patetismo, con la naturalidad y encanto de las grandes novelistas,
permitiendo que el propio lector construya en su imaginario el alma de los
personajes y explore sus vidas como si fuera la suya.
La
intriga que se va tejiendo en torno a la misteriosa condesa Olenska, prima del
protagonista, mantendrá atento al lector hasta la última página. Ella encarna
lo otro, lo distinto, lo nuevo, el mundo que viene avanzado desde Europa hacia
América y expresa a todas luces la caducidad del mundo neoyorquino, atado a
normas arcaicas, tan bien reflejado en la personalidad de May, quien viene a
ser la antítesis de la condesa Olenska.
No ocurre lo mismo con la personalidad del protagonista, Newland Arche, quien
lejos de llegar a ser tal, su personalidad se va desdibujando con el transcurso
de los años hasta desvanecerse.
Destaca
en esta novela la descripción detallada de lugares y cosas, la plasticidad de
la pluma de Wharton para pintar los más diversos escenarios, permitiendo al
lector hacerse presente en los mismos no como un espectador ajeno y lejano. En
ese sentido, la novela recrea la ciudad de Nueva York de fines del siglo XIX
acaso como ninguna otra. De paso también denuncia el modo de algunos de
enriquecerse, dejando al descubierto las fisuras que esconde el esqueleto de la
aristocracia.
Miguel
de Loyola — Santiago de Chile — Marzo del 2023
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