Viajar a otros países del mundo es de alguna manera entrar en una cápsula de tiempo y espacio imaginario, donde ambas coordenadas a ratos no coinciden, sino más bien colisionan de frente con nuestra realidad. Es sumergirse entonces en un espaciotemporal donde surgen lugares y personas, objetos y cosas imaginarias pero a su vez reales en su contexto. El avión se desplaza sobre las nubes marcando la distancia del punto de salida y nos deja en otro extremo del orbe que no conocemos pero que alguna vez imaginamos. Surgen edificios, plazas, parques, gente circulando, surgen sobre todo acontecimientos en su mayoría imprevistos, situaciones inesperadas, olores, sensaciones, emociones, ruidos extraños... Nos asaltan dudas y temores al oír aquí y allá lenguas extrañas, en su mayoría ininteligibles. No obstante, en completa armonía con su entorno. Somos los viajantes los únicos desconcertados. Somos en esos momentos seres descolocados en el tiempo y el espacio. Todo aquello que vamos viendo ha estado siempre ahí, desde mucho antes que nosotros, seguro. Sin embargo, cuesta creer, cuesta entender que el mundo ha seguido dando vueltas mientras no estábamos, que no somos parte en definitiva de su eterno movimiento, que anda solo, que crece y expande al infinito como el universo. Aparecen ciudades enteras, palacios, grandes avenidas, gente circulando a pelotones por las calles. Vemos carreteras repletas de automóviles acerados y luminosos con un destino prefijo, aeropuertos cada vez más enormes y enmarañados como torres de Babel donde se confunden las razas y los idiomas. Los pasajeros corren y descorren través de plataformas automáticas, escaleras eléctricas, ascensores en permanente movimiento, pasillos interminables donde en algún momento desaparecen para luego aparecer en otro lugar del mundo tan revuelto como aquel. Así, poco a poco adviertes que estas en un tiempo y un espacio imaginario, que podrías haber nacido aquí o allá, y da lo mismo. Sólo eres una consciencia errante dando vueltas, certificando la existencia del tiempo imaginario, de ser acaso una molécula que pende de una cuerda cósmica soñando con volver al pasado. Quieres volver, quieres regresar al punto de partida, pero estupefacto descubres que será imposible. El tiempo es puro futuro y no hay vuelta atrás. Sin embargo, pocos aún lo entienden. De ahí acaso la urgencia de apuntar la historia en una bitácora personal.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – Mayo del 2023
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