El Escritor ha sido invitado esta vez a
compartir una mesa redonda, donde se discutirán las políticas culturales llevadas
a cabo en los últimos tiempos en el país. Desde luego, se encuentra muy
sorprendido por la invitación. Hasta aquí nunca lo habían considerado en tales
casos. Y, por cierto, el cóctel, promete, concluye apenas reconoce esa mañana
en medio del gentío presente en el auditorio, a ciertas autoridades
importantes.
De hecho, la mesa está compuesta por algunas
personalidades del gobierno, profesores, académicos universitarios, todos personajes
reconocidos por sus cargos, nominados por el presentador. La única nota
discordante aquí debo ser yo, concluye tras observar la vestimenta formal de
quienes compartirán la mesa. Los tipos lucen espléndidos trajes y corbatas
italianas. Y, en efecto, la figura del escritor desentona allí en mangas de
camisa, mal afeitado y soñoliento.
El moderador ofrece la palabra al
representante del Ministerio, al Decano de la universidad, al representante de
la cámara de diputados, al profesor emérito del colegio de profesores, al señor
abogado asesor… dejando en el último lugar al Escritor. Hecho que en ningún
caso extraña al susodicho. Está acostumbrado a hablar cuando ya la prensa se ha
retirado y las cámaras de la televisión se preparan para entrevistar al señor Ministro,
al Agregado Cultural, y a las personalidades que se encuentran entre el público,
olvidándose a esas alturas del último conferenciante.
El Escritor siente el vacío de la sala, cuando
toma el micrófono; el agotamiento
característico de un auditorio después de dos horas intensas oyendo a
personeros engolados y rotundos en sus discursos. Pero de igual modo alza la voz
diciendo: seré muy breve, extremadamente
breve señores de la prensa, así que por favor no se vayan, voy a reducir
mi ponencia de veinte carillas a un solo párrafo.
“Mi mayor crítica a la política cultural
va hacia quienes terminaron fulminando en este país a los medios independientes
de comunicación que, paradojalmente, nacieron en plena Dictadura y daban tribuna
a la Literatura Nacional, que es la única
cuestión que a mí realmente me interesa y preocupa en este asunto. Dicha
política cultural, después de acabar con esos medios, terminó también apagando las
voces a través de la creación de un Ministerium, transformando a los escritores en corderos
domeñados por becas y subsidios. Hoy día, después de varias décadas, todavía
nadie en este país es capaz de decir una sola palabra al respecto. Eso prueba
que la democracia no es en modo alguno el ámbito para la parresía, para el
decir verdadero. Por el contrario, es el lugar donde su ejercicio es más
difícil, porque el campo político no da espacio a la diferenciación ética, en
virtud que deben cuidarse las espaldas unos con otros. Eso, eso es todo lo que
voy a decir en esta oportunidad. Muchas gracias”.
Contrariamente a lo que había pensado el
Escritor, el escaso público que quedaba en la sala, lo aplaudió a rabiar. No
por sus palabras, se entiende, sino por la brevedad. La cual, por cierto,
siempre en estos casos se agradece.
Miguel de Loyola - Santiago de Chile - "EL escritor"
Comentarios