Con las iniciales
G-80 fui marcado a fuego, sin que nadie me lo preguntara, por supuesto. Esa es
una de las mayores libertades con las que contamos para enfrentar esta “vida de
animales”, como dice Parra en su Autorretrato. Corrían en Chile tiempos tristes
para unos, y buenos para otros. Eso lo entendería muchos años más tarde, al ver
bien a los que ayer estaban mal, y mal a los que en esos años estaban bien.
El mundo gira. De eso hoy por hoy en Chile nadie duda. El
problema real lo tenemos todavía hoy aquellos que en los albores de los ochenta
no éramos todavía ni chicos ni grandes, y estábamos en la edad oscura de la
transición a la vida adulta, donde se vive bajo el imperio de la oscuridad.
Todavía teníamos sueños, miles de sueños, sueños grandes, posibles e
imposibles. Pero nuestros sueños no tenían ninguna otra posibilidad más que
seguir siendo sueños cuando gobernaba el dictador, pero después que se fue
igual se fueron añejando, perdiendo su frescura y su sabor. Aún así, algunos
sobreviven, y son estos sueños los que han ido creando pequeñas cofradías,
pequeños círculos de amigos, corporaciones culturales para que esos sueños
sobrevivan en medio de un mundo “globalizado”. Porque el nuevo oficialismo tampoco
los consideró, y nuestra sociedad sigue marchando al un, dos, tres, cuatro del
neoliberalismo sin mercado regulado, donde el hombre no es más que un
consumidor, un sirviente, un esclavo que alimenta el sistema, gracias a esas
necesidades inducidas por los intereses de los peces más gordos del planeta.
Hoy, los G-80 se han dividido en facciones, han creado
pequeños hábitat, mundos donde sobrevivir aisladamente, pero todos teníamos
entonces los mismos sueños de alcanzar Paz, Justicia y Libertad. Sueños que por
lo demás han sido los grandes sueños de la humanidad de todos los tiempos. Y La
paz no la encontramos en medio de una sociedad mercantilista y utilitaria,
donde nos devoramos unos a otro por algo más que el pan cotidiano. La Justicia
tampoco existe cuando depende del oficialismo de turno, y la balanza se carga
sospechosamente para un lado. La primera Libertad nos la da la oportunidad de
optar por un destino, amparado por un trabajo, y en una sociedad donde no
existe movilidad laboral, la vida se transforma en una cárcel, en una prisión
perpetua. Libre solo puede ser un individuo que no depende de los demás para
sacar su vida adelante. Libre para pensar, para disentir, para hacer vida
independiente, y no de allegado, como se vive hoy todavía en Chile.
La G-80 tenía principios inclaudicables. Teníamos una idea
muy distinta de la democracia, por cierto. ¡Oh, esa palabra con la que se sigue
manoseando hoy todo! Creíamos en ella como en un Dios. Al menos así nos la
habían pintado siempre. Teníamos confianza en que daría solución a los
problemas del hombre, sin sospechar que al privilegiar a unos, se oprime a
otros, y que la verdadera democracia no es más una utopía, un buen argumento
hoy para ser usado por publicistas para cimentar los caminos hacia el poder.
Sólo puede haber democracia en una sociedad donde se práctica verdaderamente la
democratización de la cultura. Esa es la democracia que nos hace iguales, la
que fortalece a una nación, a una sociedad completa. La otra, la partidista, la
del 50 % + 1, nos separa, nos transforma en enemigos, en fuerzas contrarias, en
un resultado producto de la publicidad. ¡Cuánto dinero no se bota hoy día en
Chile y el mundo en publicidad para una campaña presidencial! Se podría
reconstruir la vida de tantos con él. Y sin embargo….
En aquellos tiempos, hundidos ahora en el túnel de la
memoria, vivir nos parecía más fácil. Bastaba con que se fuera el dictador para
que el mundo recuperara el orden. Por eso luchábamos, por eso nos reuníamos,
por eso crecíamos juntos bajo un ambiente de complicidad, de acuerdos mutuos, y
lo conseguimos. Pero hoy, avanzamos cada día más solos, cada día más
decepcionados, perdidos, extraviados en un Chile que nos parece irreal.
Es inconcebible que en más de 15 años de Concertación no
exista todavía prensa libre en Chile, una prensa que no esté sujeta a los
intereses del mercado, una prensa capaz de impartir cultura, de ser un agente
cultural al servicio de la educación, sin dejarle todo el espacio libre a la
chabacanería de los medios masivos, de la cual todavía no sale ni si quiera el
diario La Nación, ni tampoco nuestra otrora grandiosa Televisión Nacional.
Esos aspectos resultan inadmisibles, sobre todo cuando se ha
invertido dinero, y bastante, a través de los programas del ministerio de
cultura. Cabe preguntarse sidichos dineros se han dado nada más que para expiar
culpas, sosegar conciencias, lavarse las manos, en definitiva, pero no con una
intención real de hacer un giro al respecto.
La G-80 por esos años más negros de la Dictadura, soñaba con
un Chile más solidario, más equitativo, con oportunidades para todos, sin
privilegios para los peces gordos, o sólo para los parientes y amigos, en el
cual volvería a florecer la semilla de la Justicia Social. Un país donde la
educación universitaria no fuera una vergüenza y una estafa para alumnos y
padres que tienen, tenemos, que sacrificar la vida entera para pagar unos
aranceles que están muy por encima de las posibilidades del 80 % de los
chilenos, y de lo que en verdad debería costar una carrera universitaria. Esto
es una situación insostenible. Bastaría con observar como crecen las dichas
universidades, como se han convertido en empresas millonarias y, para colmo,
tributando siempre el mínimo, porque están en la categoría de empresas “sin fines
de lucro”. Asunto que resulta irrisorio. Para mayor abundamiento, a la gran
mayoría de los profesores los contratan a honorarios, sin previsión de ningún
tipo, y durante los meses de verano no perciben renta alguna.
En fin. Los G-80 todavía divagamos, todavía pensamos, todavía
tenemos ganas de buscar los caminos de la Libertad, de la Justicia, de la
ansiada Paz, pero el Chile de hoy, lo mismo que el de ayer, no nos abre las
puertas, y a donde quiera que vamos nos tiran la puerta en las narices. Somos la
voz de alerta, la alarma que no puede dejar de activarse toda vez que se
atropella al hombre, toda vez que vemos a un hombre cesante, angustiado por las
deudas, por el embargo de sus bienes, por la falta de transparencia en los
organismos públicos para llenar los cargos de poder, por la presión y opresión
que ejerce el Estado en contra de los más débiles a través de sus múltiples
organismos de fiscalización, por los dineros que se derrochan en propaganda
política, por el despido despiadado de cientos de miles de trabajadores toda
vez que se funciona una empresa con otra, por la falta de equidad en la empresa
privada y en la pública, por la falta de oportunidades para quienes no son
amigos del gerente, del ministro, del partido tal, del senador cual.
Miguel de Loyola – Octubre del 2004
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Edmundo Moure