La gente quiere
saber las novedades, es lo mismo que decir la gente quiere circo. Entonces,
démosle tal cosa, dice el político irresponsable, mediático, ambicioso… En
consecuencia, hay un mercado, concluye el empresario ambicioso, habilidoso, y
crea una empresa para surtir ese mercado hambriento de novedades. Es lo que
ocurre en el ámbito “cultural” desde hace buenos años en el mundo entero.
Démosle entonces novedades, démosle al pueblo su golosina predilecta: la
novedad del día, la copucha, el chisme, el rumor, la habladuría, dicho en otras
palabras. Y en eso estamos, leyendo las supuestas novedades creadas por la
industria para cubrir las necesidades de ese mercado insaciable, sin control,
sin responsabilidad alguna, cuyo único fin es ganar dinero. Es cuestión de ver
los títulos que se publican, los libros que se publicitan para quedar
inmediatamente al corriente de lo que se ventila como novedad del día.
Fue Heidegger
quien anticipó esta tendencia del hombre moderno hace unos cien años, y cada
día se hace más notable en nuestro medio. El hambre de novedades, decía el
filósofo más importante del siglo XX, saca al hombre del ser y lo conduce a la
cosa, a lo cósico, olvidando el ser. De esta manera se lo vuelve a convertir en
esclavo, sujeto a los vaivenes del mercado, hambriento de las últimas
novedades, del último libro de Fulano, de lo que dijo Zutano, del último
secreto que reveló Mengano. Aunque el primero, el segundo y el último no sea otra
cosa que más de lo mismo, y novedad no contenga ninguna.
De esta manera
se manipula la cultura de los pueblos. Es indudablemente una manera soterrada
de darle circo al pueblo. Una confabulación que además surge a partir de las
debilidades humanas, y que el vivaracho maneja para sus propios beneficios.
Miguel de Loyola
– Santiago de Chile – Marzo del 2018
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Simonne