El título de la
novela País de Nieve, resume bien lo
que Kawabata Yasunari tal vez busca resaltar de la cultura oriental. La
frialdad y distancia existente entre los japoneses, donde está vedado
manifestar sentimientos personales en público.
Allí, en el País de Nieve,
está prohibido hasta la evidencia del amor, y sólo cabe vivirlo en la intimidad
más secreta, oculta entre las montañas.
Shimamura, el
protagonista, viaja durante las temporadas de invierno a las montañas, huyendo
de Tokio, donde reside junto a su esposa y familia, pero respecto de la cual no
informa mucho más la novela. La narración se extiende hacia la relación
establecida con Komako, una joven que conoce en la posada del pueblo de montaña
donde Shimamura se aloja.
Las
descripciones detalladas de las montañas nevadas, las canchas de esquí, y del
frío imperante, impregna también el ánimo de los personajes, quienes parecen
mimetizados con el entorno en su manifiesta frialdad y calma. Nada parece
inmutarlos, ni siquiera el deseo, ni el efecto del alcohol los saca de aquel
estado. Se intuye que se aman en silencio. Komako se ha convertido en geisha
para subsistir en las montañas, y atiende a los huéspedes de la posada con la
solicitud esperada. Resalta esta actividad como propia y natural en la cultura
japonesa, la mujer entregada al servicio y placer del hombre. Desde luego,
choca el machismo despiadado, y llama en más de algún momento a piedad por
quienes realizan silenciosa y mansamente este trabajo milenario.
La vida de
Shimamura es un misterio, se sabe poco o nada de él, salvo que gusta de las
montañas y de la compañía de Komako. Pero no sabemos si la ama. Sus
sentimientos quedan ocultos. Komako a su vez, si bien es bastante más
expresiva, tampoco es capaz de confesar lo que siente por Shimamura. En su
condición de geisha está prohibido hacerlo, debe mantener distancia, sólo debe
acompañar y asistir a los huéspedes en sus requerimientos, aunque Shimamura sea
algo muy especial para ella.
La narrativa de
Kawabata Yasunari introduce al lector occidental en los misterios del alma
oriental, distinta y distante a la nuestra, donde los nudos novelescos no se
resuelven y quedan completamente abiertos a la imaginación del lector. Su
escritura es pulcra, sin pretensiones ni dobleces aparentes. Proyecta y
describe como una cámara, sin contaminar la mirada.
Miguel de Loyola
– Santiago de Chile – 1999.
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