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Las partículas elementales, Michel Houellebecq


Las partículas elementales de Michel Houellebecq, internan al lector en un mundo recargado de hipótesis tendientes a ser resueltas en la narración, o al menos repasadas o rebasadas por la realidad. El protagonista, o los protagonistas, porque son dos, Bruno y Michel, ambos hijos de una misma madre, son los prototipos representativos de una juventud de los albores de los ochenta, herederos de la cultura hippie de sus padres, hoy caduca.
Seres anodinos, olvidados por sus padres y muy confundidos en medio de la revolución sexual de aquellas décadas. Aunque hay diferencias entre ambos hermanos, tal vez uno más cuerdo que el otro, pero ambos aplastados para la desesperación e incomprensión total del mundo que habitan. La fiebre erótica que padece Bruno, parece ser la cáscara para ocultar la depresión radical que lo habita. La de Michel, el científico tranquilo y pacífico, se oculta bajo un interés obsesivo por la ciencia, por la atomización del cosmos, por la desintegración de los átomos. Ambos personajes están igualmente jodidos en sus partículas elementales. Esa parece ser la cuestión. “A fin de cuentas Occidente ha terminado sacrificándolo todo ( su religión, su felicidad, sus esperanzas, y, en definitiva, su vida)  a esa necesidad de certeza racional. Es algo que habrá que recordar a la hora de juzgar al conjunto de la civilización occidental.”

Houellebecq articula su obra narrativa sin los artilugios clásicos de la novela, sometiendo al lector a una inmersión en el acontecer sin artificios ni ambages visibles ni previsibles.  No hay tensión, no hay suspenso, no hay un hilo conductor correlativo que decante en un clásico desenlace fatal o glorioso. Por momentos, la narración adquiere el tono de un texto filosófico, en otro, el científico, y en los más, el decurso de una novela sencillamente obscena. El narrador, situado preferentemente en la tercera persona, detalla con precisión situaciones que rayan en la pornografía, provocando la complicidad del lector.

Desde luego, cabe preguntarse, qué está buscando decir el autor. Cabe la duda si el asunto  pornográfico se trata de un recurso para mantener la tensión y el interés del lector, o bien una denuncia descarnada del exceso de morbosidad sexual que padecen las sociedades más avanzadas del mundo, ansiosas de placer. Bruno, sin duda, es un sicópata sexual insatisfecho. Michel, el hermano, completamente nulo en ese sentido, es dominado por el mundo racional. En consecuencia, bien podríamos inferir que la novela confronta de manera brutal los dos polos que fraccionan la mente del hombre: lo irracional y lo racional. El instinto versus la inteligencia, en tanto posiciones incompatibles, imposibles de calzar la una con la otra, y por lo mismo, causa permanente de la fracturación de la psiquis. Un tema tratado desde el inicio de los tiempos, recordemos a los griegos, a Dioniso y Apolo, los dioses del instinto y la razón. Houellebecq recrea bien ambos mundos, configurando la personalidad de dos hermanos que son la cara opuesta el uno del otro.

En cualquier caso, el lector enfrenta una novela maciza, donde se intuye la búsqueda desesperada del sentido de la vida, enseñando los derroteros inexplicables que viven y padecen los protagonistas, en tanto seres inmersos en un mundo cada día más complejo, en la medida que se escarba en el inconsciente. Destaca la impecable distancia que toma el narrador, dejando al lector en completa libertad para la interpretación.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Junio del 2018


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