El escritor está asustado por la pandemia que asola al mundo.
No se atreve a salir de su casa. Tampoco hay permiso para hacerlo.
Las autoridades
del país han decretado cuarentena total en la ciudad y para salir a la calle se
requiere de un salvoconducto. El escritor saldría igual si no tuviera miedo,
sin agenciarse un salvoconducto. Nunca ha tenido alguno, ni si quiera para
escribir. Sus padres lo vetaban en casa cuando escribía en vez de estudiar,
pero él escribía igual, a contra corriente, sin miedo. Lo mismo hacía cuando
estuvo relegado... En cambio ahora teme por su salud, está por cumplir 70 años,
y sabe que los viejos son más vulnerables, como bien lo han dicho por los
medios de comunicación. No le teme a la muerte, dice para sí el escritor cuando
piensa en eso, sino al proceso, a esos últimos días, a la agonía…. De manera
que permanece en casa desde hace cuatro meses a la fecha, encerrado en su
escritorio sin hacer nada en concreto. Una situación que veinte años atrás
habría sido soñada, porque entonces le faltaba tiempo para escribir, debía
trabajar, producir dinero, había que pagar el estudio de los niños, las cuentas
de la casa… En cambio ahora sobrevive bien con lo mínimo, tiene una pensión de
profesor jubilado. Pero carece de energía para quedarse hasta la madrugada
escribiendo como lo hacía entonces, sin mucho provecho la mayor de las veces,
pero embelesado y convencido de lo que hacía.
Ahora la pandemia lo ha paralizado por completo. Pese a que
el mismo sabe que podría escribir muchas crónicas o relatos referidos a la
situación que se vive en el mundo, no lo hace. No puede, debido al stress que
se instalado silenciosamente en sus estados anímicos, desordenando sus hábitos
hasta de lectura. Ya no puede leer más de diez minutos seguidos, tampoco sentarse
frente al computador sin pararse a cada rato so pretexto de cualquier cosa. No está
tranquilo, a pesar que sabe que debería estarlo, porque si no sale a ninguna
parte, no corre riesgo de contagiarse. Sin embargo, la sensación de incertidumbre
que vive el mundo lo mantiene inquieto, en un estado de alerta extraño. Tampoco
consigue dormir bien por la noche, despierta a cada tanto. El escritor no
consigue concentrarse en nada de lo que estaba acostumbrado. Por eso persiste
en su computador la página en blanco, y le aterra, lo espanta. Últimamente ha
optado por no verla. Presume que el revoltijo entre realidad y ficción que ha causado
la pandemia, es la causa de su desasosiego.
Ha perdido la noción de las horas, del día, del mes…
Miguel de Loyola - Santiago de Chile - Junio del 2020
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