París era una fiesta, es una novela que podríamos calificar hoy dentro del género autobiográfico, dado el interés alcanzado por la narrativa autorreferencial. Hemingway cuenta en primera persona la vida llevada en París durante los llamados locos años 20, después de la Primera Guerra Mundial y antes de la gran depresión que asoló al mundo entero. Se trata de una obra póstuma, publicada con posterioridad a la muerte del autor por su última esposa, y se lee como fiel espejo de una época en que la literatura y la vida llevada por los escritores causaba bastante más expectación que en la actualidad dentro del ámbito cultural. Y particularmente la vida llevada por el grupo de escritores norteamericanos pertenecientes a la llamada Generación Perdida que viviera parte de su juventud en París, centro gravitacional por entonces del mundo intelectual hasta fines de los años 60. Interesante resulta conocer de primera mano diversas anécdotas vividas por el escritor, y confirmar, entre otras, que ese apelativo de generación perdida no fue ocurrencia de ninguno de sus representantes, sino del mecánico de Scott Fitzgerald, como bien lo cuenta el protagonista de este libro.
Hemingway
menciona en su relato a muchas de las personalidades pertenecientes a dicha
generación, partiendo por Gertrudes Stein, un ícono indiscutible de las artes
en esa época en París, cuya casa solía estar abierta a todo tipo de artistas emergentes. La
amistad de Hemingway con esta señora, especie de mecenas de la cultura, le
abrirá más de alguna puerta a sus propósitos de convertirse en escritor
profesional, cuando todavía pasaba por escritor pobre y desconocido. Stein
queda retratada en el libro como una mujer de carácter fuerte, capaz de dar
opiniones desconcertantes como: “Huxley es un cadáver —me dijo una vez Miss
Stein—. ¿Por qué va a leer usted a un cadáver? ¡no se da cuenta que es un
cadáver?”
Tal
vez conviene aclarar que la cuestión de fondo del libro no pasa por la
descripción de París en términos festivos como anuncia el título, ni tampoco
por un elogio a la magnificencia de su arquitectura, sino por las posibilidades
que abre la ciudad a un escritor su cultura de cafés y lugares de encuentro con
sus pares. Visitando esos lugares Hemingway pasa mayor parte de esos cinco a
seis años en París con su primera mujer, “muy pobre pero muy feliz” según el
mismo lo expresa. Sus conversaciones con escritores tales como Ford Madoz Ford,
Ezra Pound, Scott Fitzgerald, permiten acercarse a la problemática cotidiana de
estos hombres que luego serían famosos. Aunque algunos ya lo eran por cierto.
Desde
luego, hay una intertextualidad permanente a lo largo del relato, posibilidad inmediata
de relacionar las obras escritas durante esa época por los escritores conocidos
por Hemingway, cuyas narraciones siguen cursos muy diferentes pero con el mismo
fin: contar una historia de la mejor manera posible. La preocupación constante
de Hemingway en este libro pasa por ahí. Es un joven escritor que está buscando
su camino, concentrado en hallar la historia y la frase perfecta.” De pie, miraba los tejados de París y pensaba:
«No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes
que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como
sepas». De modo que al cabo escribía una frase verídica, y a partir de allí
seguía adelante. Entonces se me daba fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había observado
o había oído decir.”
París era una fiesta
es también lo que se llama hoy una novela especial para escritores y estudiosos
del arte literario, para personas interesadas en la problemática que vive un escritor
mientras intenta escribir su obra. La novela ventila cuestiones propias del
arte de escribir que resultan de interés exclusivo para nóveles novelistas, ansiosos de saber cómo se las
arreglaban escritores de la talla de Fitzgerald, Pound, Joyce, y por cierto, de manera especial, Hemingway,
acaso finalmente el más famoso. “El
cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso.” Apunta
por allí hablando de su escritura, de la forma de enfrentar el texto. “Luego
otra vez a escribir, y me metí tan adentro en el cuento que allí me perdí.” Son
observaciones propias de un escritor que ayudan a otros dando luces al incierto
camino de la creación artística.
Algunas
observaciones pueden resultar verdaderas recetas del arte de escribir: “En
aquel cuarto aprendí también a no pensar en lo que tenía a medio escribir,
desde el momento en que me interrumpía hasta que volvía a empezar al día
siguiente. Así mi inconsciente haría su parte de trabajo y entre tanto yo
escucharía lo que se decía y me fijaría en todo. Con suerte y aprendería, con
suerte, y leería para no pensar en mi trabajo y volverme impotente para
rematarlo. Bajaba la escalera cuando el trabajo se me daba bien, en lo cual
entraba suerte tanto como disciplina, era una sensación maravillosa y luego
estaba libre para pasear por todo París.”
Respecto
al recurso de la elipsis, tan bien usado por Hemingway, plantea: “en mi recién
estrenada teoría uno puede omitir cualquier parte del relato a condición de
saber muy bien lo que uno omite, y de que la parte omitida comunica más fuerza
al relato, y le da al lector la sensación de que hay más de lo que se le ha
dicho.”
En
relación a la precaria situación económica que vive en esos años en París, no
se lamenta con la clásica amargura de los derrotados, sino siempre con
esperanza: “El hecho cierto es que no hay ninguna demanda por mis cuentos. Pero
un día llegarán a entenderlos, como pasa siempre con la pintura. Sólo hace
falta tiempo, y sólo hace falta confianza.”
En
suma, París era un fiesta es una novela imperdible para los amantes
de la literatura. Hemingway conecta al lector con su mundo y le permite mirar a
través de sus ojos, acercándolo al proceso de la creación literaria.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – año 1990
*
Después de ver la película Medianoche en
París (2011) de Buddy Allen, no cabe duda que parte importante del guión
salió de esta autobiografía de Hemingway.
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