Ser feliz era esto, recrea la estrecha relación entre un padre y una hija adolescente desde un prisma optimista, a pesar de los infaltables conflictos y desventuras de la vida que por cierto en esta historia tampoco faltan. Entusiasma la clarividencia de la chica y la integridad del padre, el clima de entendimiento generado entre ambos termina siendo encomiable. Ojalá pudieran darse siempre así de estrechas la relaciones entre padre e hijos, y no sólo esa, sino las relaciones entre las personas en general. Claro que esa capacidad de Sofía para verbalizar emociones sin duda ayuda al entendimiento entre ambos, y al mismo tiempo impresiona al punto de hacer pasar por verosímiles ante los ojos del lector asuntos de suyo increíbles. Pero la pericia narrativa del autor las hace posibles. Hay que recordar eso de: “hay arte allí donde no se nota el artificio,” regla que aquí se cumple en silencio, como debe ser. La historia se plantea de forma natural y posible gracias al uso de los recursos estilísticos apropiados para conseguirlo. Aunque todavía hay quienes niegan o ignoran la existencia de tales mecanismos del arte de la ficción. El punto de vista, el diseño de la trama, el manejo del lenguaje, la elección y composición de las escenas nunca serán gratuitas.
La
amenidad del discurso narrativo junto a las intrigas que va generando, permiten
una lectura atenta e interesada hasta la última página. El lector avanza sin bostezar,
como suele ocurrir a veces, cuando los textos no consiguen encender la
curiosidad suficiente por saber que pasó o pasará, y se desgranan en
reflexiones de poco interés o fuera de contexto. Aquí nada de eso ocurre, pese
a la aparente simplicidad de la historia, y de los tres o cuatro personajes que
maneja. Sólo eso le basta al autor para conseguir los efectos que toda obra
literaria requiere. Sofía, la protagonista, despierta interés por su empatía a
flor de piel, transformándose de inmediato en la heroína de la historia. Lucas,
el padre, pasa rápidamente a un segundo plano, a servir de contrapunto. En
otras palabras —o como se solía decir en otros tiempos—, Sofía se roba la
película. Su personalidad y desplante
seduce, convence. Despierta el deseo de seguir adelante y saber más sobre esta
joven de catorce años que aparece de improviso en la vida de su padre.
Ser
feliz era eso, por su temática, es una novela de preferencia para
adolescentes dirán los amigos de las clasificaciones. Pero bien sabemos que un
buen texto narrativo será siempre universal, de interés para todo de tipo de lector,
y eso de las tipificaciones hoy día importa menos que nunca, ha quedado
obsoleto. La novela se lee bien a cualquier edad, permite conectar sin
tropiezos con el mundo al que hace referencia, gracias a las leyes internas que
va generando, sin traicionar al lector.
Desde
luego, la inquina de Sofía hacia Fabiana contribuye al aumento de la tensión
que toda obra literaria requiere, aunque a ratos la nota suene un poco discordante.
Mal que mal —en términos tradicionales— vendría a ser la madrastra. Pero en
literatura, las madrastras nunca se han caracterizado por ser personas
adorables. No hay duda que por ahí al autor algo se le escapó de las manos,
pero igual le sirvió de ejemplo para tocar el tema de la maternidad renegada
por las nuevas generaciones, por quienes la rechazan y no están dispuestos a
traer hijos al mundo.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – Julio del 2020
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