Sorprende la propuesta escritural de la escritora francesa Annie Ernaux, Premio Nóbel de Literatura 2022. Su obra no se ajusta al corte tradicional del género novelesco, se interna en un territorio más próximo a la escritura autobiográfica que a la ficción propiamente tal. En La vergüenza, no hay trama, no hay intriga, no hay uso aparente de artificios propios o más comunes al arte de la ficción. Ni siquiera lleva el decurso característico de un relato: presentación, nudo y desenlace, al decir llano de Camilo José Cela, a la hora de exponer sus exigencias sobre el género. Aún así, carente de tales atributos, La venganza trasciende, conecta y consigue configurar un mundo completo en el imaginario del lector, lo mismo que si fuera una novela. He ahí la cuestión: pone en consecuencia en jaque las bases del género, descubriendo otros posibles cimientos, acaso igual de sólidos.
En
La Vergüenza, cabe preguntarse dónde
descansa entonces el valor de una obra literaria. Cuál es la clave, la llave maestra
que permite conectar al lector con los mundos descritos, dónde está el gatillo que
dispara el interés por alcanzar la última página, bajo la certeza de haber atrapado algo valioso en
ellas. Así ocurre efectivamente tras la lectura de esta obra. Los géneros
literarios evolucionan a través del tiempo lo mismo que las lenguas, se mueven,
se amoldan, se ajustan a los cambios nuevos, y aquí se confirma plenamente la vieja
tesis.
La
novela de Annie Ernaux, si así cabe llamarla, avanza de manera pausada,
deteniéndose en escenas o momentos breves, semejantes al correr páginas de un álbum fotográfico,
deteniéndose a ratos en alguna fotografía en particular, donde la mirada o el
foco se amplia, no hacia afuera, sino hacia adentro, hacia lo más profundo de
la vivencia allí capturada. Quizá por ahí se advierta una clave, en esa
intensidad del recuerdo que activa una alerta y despierta emociones dormidas,
ocultas en las capas de la memoria. La referencia a Prust se vuelve así
inevitable en el estilo de Annie Ernaux, tras aquel prolijo decantar de un
recuerdo, de un detalle en particular. Por allí parece andar la clave, o una de
las claves, en ese desglose minucioso de las cosas, y sobre todo de las
emociones. ¿Deconstrucción?
Los
vasos comunicantes entre novela y lector se vuelven cada vez más sensibles en
esta obra, refinados, induciendo poco a poco al repaso de las propias vivencias
personales a raíz de las expuestas en el texto, llevando a la comparación de
manera muy sutil cuando se tocan tangencialmente, despertando
intimidades reprimidas, y adquiriendo así la lectura un valor terapéutico, sanador,
en el sentido de como veían y buscaban los griegos a través de la tragedia la explosión
de la catarsis. La invitación a develar la propia vida se vuelve aquí cada vez
más evidente. Empuja, induce, arrastra hacia lo más íntimo de la memoria.
Se
ha dicho que la literatura de Annie Ernaux es autobiográfica, autorreferente, aséptica, despojada de
artificios, minimalista, distanciada, impúdica, exhibicionista, etc… Sin
embargo, su escritura va mucho más allá de eso, toda vez que ilumina los
pasajes más oscuros del inconsciente, esos conductos que nadie quiere ver o afirma
no ver, pero que en el fondo reconoce ocultos por temor al reconocimiento y
aceptación de los mismos.
Vemos
aquí tratado el surgimiento de la vergüenza, de aquel lastre que unos más y
otros menos descubren y cargan desde la pubertad o adolescencia. Un sentimiento
malsano, sin duda, que repliega a los individuos en el momento en que más
necesitan abrir sus alas para volar por el mundo. Annie Ernaux lo mira desde
una perspectiva sociológica, como consecuencia de las diferencias sociales y
culturales existentes al interior de una comunidad, pero creo que en eso se
equivoca, todavía hay más, olvida la libertad de los individuos para deshacerse
en algún momento de todas esas trabas y vestimentas. Olvida que el hombre, al
decir de Sartre, ha nacido para ser libre y que resolver tales conflictos dependen del individuo, no de una
colectividad. La vergüenza también se alimenta, toda vez que el individuo no le
hace frente.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile - Junio del 2023
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