Pasamos tiempos difíciles, se oye decir a menudo. Tiempos difíciles, complicados, imposible… Cabe preguntarse si no han sido los tiempos siempre así.
Habitar el planeta, vivir de él y en él, relacionarse con otros seres semejantes, compartir la vida, intercambiar ideas y cosas. Se trata de una realidad nada fácil de manejar, ayer ni hoy. El problema mayor son los desacuerdos con la naturaleza y con el hombre. Dos frentes en constante fricción. El intento de dominio de las ideas y de las cosas conlleva a la discordia. La naturaleza hay que domesticarla, y al hombre también. El problema está en que nadie quiere ser domesticado por el otro, ni la naturaleza ni el hombre. Entonces no queda otro camino que la ocupación y la imposición. Ocupamos la naturaleza a la fuerza, imponemos a otros leyes también de la misma manera. Así de forma arbitraria nos metemos en el mundo, pero no hay otro. Cada persona está obligada a hacerse su espacio a troche moche. La sociedad no ha avanzado todavía lo suficiente, incluso pareciera que más bien involuciona a cada tanto. En vez de crecer, de abrirse se cierra, se contrae, se auto delimita. Y esto se debe nada más que al empeño de algunos por hacerse de todo el poder. El poder de dominar a los otros, llámese naturaleza o sociedad. El mayor problema es el ansia de poder que corroe las almas, poder de dominio y sometimiento del mundo a mis convicciones. Mientras el hombre no cambie eso, seguiremos pasando tiempos difíciles, complejos, indisolubles. Es evidente que los pueblos no crecen cuando no hay acuerdos con la naturaleza y con el hombre. Los países y sociedades más avanzadas son justamente aquellas donde se ponen de acuerdo, sino en todo, al menos en parte. Está visto que la pobreza abunda en los países donde hay menos acuerdos, y sobra la riqueza donde los hay. Lo mismo ocurre en el hogar, en la familia. ¿Sentido común? Tal vez, tal vez sólo sea eso lo que hace falta.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Año 2023
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