Dentro de las tipologías humanas cabe ahora incluir la de turista, si es que todavía no se ha hecho. El turista se ha vuelto en los últimos años muy popular, alguien que gravita entre los ayer llamados nómades, pueblos y personas que se movían en el pasado por el mundo sin sosiego, peregrinando de un lado a otro, buscando aquí lo que no encuentran allá. Mucho de ese ADN tienen los turistas. Suelen ser personas inquietas, no están nunca tranquilas, van de un lugar a otro o de un país a otro buscando la felicidad, el buen pasar, la dicha y la inquietud por otros mundos, distintos al suyo propio. Son seres autónomos que van fotografiando todo, sin pedir autorización a nadie, por supuesto; archivando en sus viajes miles de imágenes tomadas a diestra y siniestra por donde pasan, bajo la creencia de plasmar para la eternidad un instante, confiados en que algún día volverán a armar el puzzle del pasado, repasarlo y revivirlo.
Desde
luego, en las ciudades más concurridas dichos personajes estorban, perturban la
vida regular de los residentes, alteran el orden público, provocan
atochamientos, pero ellos no se dan cuenta , y si lo hacen, les importa poco o
nada. Su autonomía los pone por encima de las personas comunes, ellos no
necesitan del resto, en tanto espectadores de los mundos que visitan, sin
responsabilidad ninguna sobre los lugares que recorren sin cesar. Se trata
además de una masa de seres en constante aumento, dada las posibilidades de
viajar que brinda el transporte aéreo, terrestre y marítimo, sigue y seguirá
creciendo. Los turistas hoy invaden ciudades ya no sólo de la vieja Europa,
sino del mundo entero. Son seres que no se cansan, no se agota su interés por
conocer esto y aquello, convencidos de que mientras más conocen más viven, mas
disfrutan; sin preguntarse en ninguno de sus viajes quienes son ellos
realmente, para eso no encuentran nunca el tiempo suficiente, prefieren lo
otro, la ubicuidad, estar en todas y ninguna parte.
Los
aeropuertos se han vuelto así en templos o ciudades dentro de las ciudades para
acoger esta nueva especie. De todo hay ahora en ellos, se puede vivir allí sin
necesidad de salir de su entorno. Suele ser este el hábitat natural de los
turistas, donde sin duda se sienten mejor que ningún otro sitio. Es allí donde
su ser encuentra o alcanza su sentido pleno. Pueden pasar horas de horas
metidos en los aeropuertos sin molestia alguna, sin quejarse ni incomodarse.
Puede esperar allí con esa paciencia que no tienen para ninguna otra cosa. Las
horas en los aeropuertos son una ilusión, lo mismo que los vuelos de un punto a
otro. Los turistas pueden perder horas sin llegar a la angustia del hombre
corriente. Tiene tiempo, todo el tiempo del mundo para sus viajes.
Miguel
de Loyola – Paris – Junio del 2025
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