Las injusticias del diario vivir son múltiples, desempleo, asaltos, atropellos, altas contribuciones, listas de espera en hospitales, educación…pero nadie se hace cargo. Mucho se habla de escuchar la voz de la calle; hay que oírla, dicen; pero no son más que embustes y patrañas. La calle la oyen los políticos sólo a la hora de los comicios, después la olvidan completamente, enfrascados en sus propios intereses. Vale decir, beneficios, salarios, uso de gastos reservados, las llamadas dietas que ellos mismos por ley se otorgan. Cabe preguntar si en otros países del mundo ocurre algo semejante. Aquí la clase política auto determina sus sueldos, algo que no cabe en la cabeza de nadie, pero así están las cosas. Y aunque a la vista de todos resulta una ignominia, ningún parlamentario acusa recibo, ni lo hará en el futuro, aunque las arcas fiscales estén rotas.
La pregunta de fondo es cómo y
cuándo la clase política obtuvo tales derechos, tales beneficios. En qué
momento de la historia “democrática” del país dictaron estas leyes de
privilegio para sí mismos. De seguro no fue con consulta a la calle, sino a puertas cerradas, en esos laberintos
del congreso donde se cocinan los intereses de ambos lados, de todos los
bandos, izquierdas y derechas.
Los proyectos de ley verdaderamente
importantes que son de mandato ciudadano, pueden pasar años olvidadas en esos
laberintos sin que nadie los tome en cuenta, pero los de suyo interés no, se
dictan leyes a los pocos días cuando se trata de conveniencia partidarias. Los cuales,
hay que decirlo, siguen aumentando gracias a dichas leyes, entiendo que hay más
de 23 partidos políticos. Ahora cualquiera puede crear el suyo gracias a leyes
cocinadas en esos mismos laberintos. Gracias al pago que reciben por voto. La
calle, por cierto, no se oye en esos laberintos, la calle no existe a la hora de
hablar de justicia sobre tales asuntos.
El pueblo “soberano”, como lo llaman, no tiene
arte ni parte en este negocio.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Julio del 2025.
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