A diferencia de Morir en el golfo, donde Héctor Aguilar Camín amarra muy bien la historia sentimental como acicate para la cuestión de fondo que nos quiere contar, en La Guerra del Galio, la estrategia que resulta parecida, no funciona con el mismo acierto y los asuntos amorosos del protagonista Carlos García Vigil, variados y confusos, con distintas amantes, quedan siempre en un tercer plano, sin encender la mecha de la intriga en el lector relativa a esa historia. Sus relaciones amorosas con Mercedes Biedma, Oralia Ventura, Romelia y otras compañías de ocasión, pasan como simple anecdotario. Sin embargo, no por eso la novela deja de interesar. Se adentra de lleno en la materia que, al parecer, nos quiere informar el autor: la importancia de la Prensa para la Libertad. Obsesionado con este tema como cuestión de fondo, me atrevería a señalar que la tesis de esta novela, al igual que la en otra mencionada, ambas obras del mismo autor, Aguilar Camín expone, mediante la alegoría literaria su tesis personal respecto al rol fundamental que juega la prensa y el periodismo en la salud de la democracia. Se trata, sin duda, de una novela de tesis, que utiliza los elementos del arte de la literatura para exponerla a cabalidad, consiguiendo de esta manera la credibilidad por parte del lector, cuestión que resulta difícil conseguir de otra forma.
La guerra de Galio avanza de manera cronológica desde el año 68 al 86, cubriendo un período importante de la política mexicana, mirada desde la perspectiva imparcial del director del periódico La República, “punto de encuentro , fusión y multiplicación de la vida intelectual del país.” Octavio Sala a cargo del diario más controvertido de México, luchará constantemente por el pluralismo de la Prensa y más que nada, por la entrega de la verdad “seca” de los hechos a sus lectores. En este cometido, está dispuesto a perder a sus amigos y colaboradores personales, con tal de entregar una noticia fidedigna, lo cual conlleva a cuestionarse en privado, al lector, hasta qué punto se consigue de esta manera llegar a la verdad, o bien, hasta dónde es importante conocerla para el bien común.
Pero bien, la novela surge a partir de un profesor de historia que se ve llamado a escribir la vida de su admirado alumno Carlos García Vigil, quien muere a los cuarenta años asesinado sin que nadie logre explicarse los motivos de su muerte. Este profesor nos introduce en la personalidad de Vigil, donde se focalizará posteriormente el narrador con mayor precisión en la novela. Vigil, que es un historiador que trabaja en un lugar del Castillo de Chapultepec en Ciudad de México, escribiendo la historia de la Revolución Mexicana en el Norte, entrará en contacto y amistad con el director del diario La República, luego que éste lea su ensayo “Historia de Cosío Villegas”, publicado en el suplemento Lunes, del mismo diario. De esta manera, poco a poco se transformará en su brazo derecho durante siete años. Juntos darán la lucha por La República que no hace concesiones al gobierno, a pesar de la ayuda monetaria que recibe de su parte por los avisajes, hasta perder la dirección del matutino por causas tanto internas como externas, y verse en la necesidad de fundar otro diario: La Vanguardia. El que tomará la línea del anterior, en forma todavía más severa e independiente.
Así la novela nos da cuenta en sus seiscientas páginas, de los pormenores de esta lucha entre el obsesivo director Octavio Sala y el medio, intervenido siempre por secretarios del gobierno, representados por Abel Acuña y Galio Bermúdez, que buscan atenuar las noticias y las notas editoriales de La República mediante el uso de todos los recursos posibles. Pero Sala, en su lucha por la verdad, esta empecinado por esos años en denunciar la guerrilla clandestina que se vive al interior del país, a partir de la matanza de Tlatelolco, sin que el gobierno admita reconocerla como tal. Samperio y Paloma, amigos íntimos de Vigil, quienes se sumergen en la clandestinidad luego de la muerte de Santiago, representan ese mundo que se teje por debajo del establishment mexicano, amparado por los consecutivos gobiernos del PRI y que, obviamente, como todo régimen eternizado en el poder, comete excesos de autoritarismo. El enriquecimiento de la clase política, sus influencias y sus contradicciones, forman la columna vertebral de la denuncia periodística.
Al eximio escritor mexicano, en algunos sectores se le acusa de reaccionario, pero me arriesgo a confirmar que la novela, en tanto obra artística, convence plenamente, al entregar una mirada imparcial de lo que denuncia. Es más, las razones que da, convencen al extremo de cerrar filas respecto a la importancia de la prensa libre para el buen desarrollo y manejo de la democracia. Si consideramos lo que se nos cuenta como historia real, o muy cercana a la realidad mexicana de ese momento, tenemos que consignar que efectivamente, si bien se cometían excesos, al menos podían circular diarios como La República.
La guerra de Galio avanza de manera cronológica desde el año 68 al 86, cubriendo un período importante de la política mexicana, mirada desde la perspectiva imparcial del director del periódico La República, “punto de encuentro , fusión y multiplicación de la vida intelectual del país.” Octavio Sala a cargo del diario más controvertido de México, luchará constantemente por el pluralismo de la Prensa y más que nada, por la entrega de la verdad “seca” de los hechos a sus lectores. En este cometido, está dispuesto a perder a sus amigos y colaboradores personales, con tal de entregar una noticia fidedigna, lo cual conlleva a cuestionarse en privado, al lector, hasta qué punto se consigue de esta manera llegar a la verdad, o bien, hasta dónde es importante conocerla para el bien común.
Pero bien, la novela surge a partir de un profesor de historia que se ve llamado a escribir la vida de su admirado alumno Carlos García Vigil, quien muere a los cuarenta años asesinado sin que nadie logre explicarse los motivos de su muerte. Este profesor nos introduce en la personalidad de Vigil, donde se focalizará posteriormente el narrador con mayor precisión en la novela. Vigil, que es un historiador que trabaja en un lugar del Castillo de Chapultepec en Ciudad de México, escribiendo la historia de la Revolución Mexicana en el Norte, entrará en contacto y amistad con el director del diario La República, luego que éste lea su ensayo “Historia de Cosío Villegas”, publicado en el suplemento Lunes, del mismo diario. De esta manera, poco a poco se transformará en su brazo derecho durante siete años. Juntos darán la lucha por La República que no hace concesiones al gobierno, a pesar de la ayuda monetaria que recibe de su parte por los avisajes, hasta perder la dirección del matutino por causas tanto internas como externas, y verse en la necesidad de fundar otro diario: La Vanguardia. El que tomará la línea del anterior, en forma todavía más severa e independiente.
Así la novela nos da cuenta en sus seiscientas páginas, de los pormenores de esta lucha entre el obsesivo director Octavio Sala y el medio, intervenido siempre por secretarios del gobierno, representados por Abel Acuña y Galio Bermúdez, que buscan atenuar las noticias y las notas editoriales de La República mediante el uso de todos los recursos posibles. Pero Sala, en su lucha por la verdad, esta empecinado por esos años en denunciar la guerrilla clandestina que se vive al interior del país, a partir de la matanza de Tlatelolco, sin que el gobierno admita reconocerla como tal. Samperio y Paloma, amigos íntimos de Vigil, quienes se sumergen en la clandestinidad luego de la muerte de Santiago, representan ese mundo que se teje por debajo del establishment mexicano, amparado por los consecutivos gobiernos del PRI y que, obviamente, como todo régimen eternizado en el poder, comete excesos de autoritarismo. El enriquecimiento de la clase política, sus influencias y sus contradicciones, forman la columna vertebral de la denuncia periodística.
Al eximio escritor mexicano, en algunos sectores se le acusa de reaccionario, pero me arriesgo a confirmar que la novela, en tanto obra artística, convence plenamente, al entregar una mirada imparcial de lo que denuncia. Es más, las razones que da, convencen al extremo de cerrar filas respecto a la importancia de la prensa libre para el buen desarrollo y manejo de la democracia. Si consideramos lo que se nos cuenta como historia real, o muy cercana a la realidad mexicana de ese momento, tenemos que consignar que efectivamente, si bien se cometían excesos, al menos podían circular diarios como La República.
Comentarios
Al leer la crítica que del libro “La guerra de Galio” escrito por Héctor Aguilar Camin hace Miguel de Loyola observo un entendimiento mas allá de la pertenencia, la visión que de él (el libro) hace Loyola, refleja el estudio de las palabras que pintan personajes y circunstancias, buscando en ellas elementos que hilvanen una “historia”, nada que ver con quienes reconocemos por nacionalismo y cuna los hechos vividos en los casi dos decenios de conflicto y crecimiento político que se generó en México tras el movimiento del 68.
Es así que el desarrollo desaforado y caótico del texto en su inicio, la falta de consistencia entre los personajes, el afecto, los amores y el trascender le las “cubas libres” a los “haivoles” no tiene otro sentido que el reflejar todo un desconcierto e inercia social posterior a la implosión del estallido del 68, movimiento que no nace en ese año sino se gestó desde las luchas magisteriales, ferrocarrilera y de médicos.
Aguilar Camín no solo plantea la importancia del periodismo libre en los conflictos sociales y su influencia, ese hecho es la esencia de la novela que se transforma en realidad en una crónica, un relato disfrazado pobremente para el ojo del recuerdo… la caída de la República relata paso a paso el fin necesario del Exelsior de Julio Sherer, dándole esa dimensión real a Sala, la fundación de la revista Proceso, la Guerrilla mencionada forma parte de la radicalización real de los conflictos post 68 que dan como resultado la guerra sucia y la guerrilla urbana y rural del México de los 70, representada por Lucio Cabañas, Genaro Vázquez Rojas, el día de corpus en el D.F. y tantos episodios histórico-periodistico-sociales que como tras fondo… y sólo como trasfondo tienen la sombra descompuesta de una generación rota, reflejo de la imposibilidad de Vigil de mantener una relación que se oponga a “su sublime compromiso de ser él… y sus principios” mismos que descubre en el preciso instante del final postergado pero siempre presente y oneroso.
La crítica es buena, en el perfil de la distancia, pero… para comprender a Aguilar Camín habría, no digo que ser mexicano pues sería un exceso, pero si haber vivido el movimiento y las circunstancias de las décadas de presidencialismo y “democratización” incipiente de un país después de su despertar angustioso a la vida democrática en pañales.
José C. Castro