En El héroe discreto, Mario Vargas Llosa atrapa al lector mediante una
historia que reúne las características del thriller de los últimos tiempos. Personajes
claramente estereotipados, configuran una madeja de intrigas tendientes a
mantener vivo el estado de atención del lector.
Aquel estado, por cierto, extraviado en centros de
mayor poder atencional, cuando las nuevas generaciones viven pegadas al teléfono
móvil, la computadora, la música, las
imágenes, los juegos electrónicos, y a
otros tantos puntos de interés. Sin embargo, la maestría del Premio Nobel
peruano consigue su objetivo, a pesar de arrancar también más de algún bostezo
en los viejos lectores, porque al principio la historia carece de verosimilitud
suficiente para mantener la tensión. La ironía descarnada y la distancia afectiva
del narrador, aleja en vez de atraer a los lectores acostumbrados a la
moderación y al libre desplazamiento de los protagonistas perfilados en las
grandes novelas de Vargas Llosa.
Sin duda, en esta novela, los
personajes adquieren las características de los títeres, de los autómatas
escogidos para producir un efecto determinado. Los buenos, son buenos buenos, y
los malos son malos malos, no hay matices, no hay seres de carne y hueso, sólo
estereotipos creados y recreados para ejercer una función concreta dentro de la
ficción. Así, uno de los protagonistas, Felicito Yanaqué, pasa ante la vista
del lector -las más de las veces- como un perfecto imbécil, a pesar de sus
virtudes; para no hablar de los mellizos, hijos del ricachón Ismael Carrera,
los cuales son denominados por su entorno como hienas; apelativo rotundo que
demuele, en vez de configurar la
personalidad -supuestamente malvada- de los personajes. En ese sentido, la
novela peca de la morosidad convincente para recrear la naturaleza ignominiosa
de dichos personajes, a pesar de las cuatrocientas páginas que alcanza el
relato.
El thriller es hoy el género narrativo
en boga, y acaso sea el destino final de la novela de nuestro tiempo. Es sin
duda la corriente principal, y me temo que no sólo por un asunto meramente comercial,
sino también intelectual, por la necesidad de los tiempos de entretener a las
grandes masas ociosas, generadas a partir de la llamada posmodernidad y del
neoliberalismo imperante, que permite a
muchos seres de las más diversas clases, vivir holgadamente en el mundo entero.
En consecuencia, hay un mercado muy amplio que abastecer, y las grandes
editoriales no pierden su tiempo. Y el escritor, inmerso en un mundo de esas características, y buscador
incansable de posible lectores, los encuentra por montones en el thriller. El
resultado son estas obras tipo ladrillo, por la cantidad de páginas de más que
contienen, las que circulan hoy en el mundo entero, destacadas siempre en
primer plano en las grandes librerías, y publicitadas en los medios de
comunicación masivos. Y las que, no obstante, permiten capturar todavía aquel
esquivo interés de las nuevas generaciones por la lectura de textos. Allí
radica, sin duda, su mayor mérito, y su función: mantener el interés por la
lectura y la sobrevivencia del libro.
"Contar una historia muy bien
contada" es la tarea que se impone Vargas Llosa en todos sus libros. En la
mayoría lo consigue, aunque algunos sean mejores que otros, no sólo por el
cómo, sino también por el qué. En las grandes novelas el lector apenas se da
cuenta del cómo, pero advierte claramente el qué. En las otras, ocurre
precisamente lo contrario, y tropieza en cada párrafo con el mecanismo mal
disimulado de la creación.
El
héroe discreto, es
también una parodia que por momentos alcanza un nivel muy interesante de
crítica a los asuntos puntuales que hace referencia, pero el grado caricaturesco
de los personajes, no la hace del todo
convincente, a pesar de la enorme profundidad de opiniones como la
siguiente:
"la función del periodismo en
este tiempo, o, por lo menos en esta sociedad, no es informar, sino hacer
desaparecer toda forma de discernimiento entre la mentira y la verdad,
sustituir la realidad por una ficción en la que se manifiesta la oceánica masa
de complejos, frustraciones, odios y traumas de un público roído por el
resentimiento y la envidia. Otra prueba
de que los pequeños espacios de civilización nunca prevalecerán sobre la
inconmensurable barbarie."
Este párrafo parece anunciar alguna
clave. Explica muy bien lo que está pasando en el quehacer periodístico, con el
manejo de la información, pero también apunta -entre líneas- hacia el quehacer
de la novela, en cuanto a espacio de civilización que, muy por el contrario,
esperamos, prevalecerá -como lo ha hecho hasta aquí- ante la inconmensurable barbarie.
Miguel de Loyola - El Quisco - Febrero
del 2014
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