Oscar Wilde recrea en El retrato de
Dorian Gray, uno de los grandes anhelos humanos, el deseo de la eterna
juventud, de la inmortalidad del cuerpo joven y bello. Un tópico abordado por
muchos escritores a lo largo de la historia, pero todos desde diferentes
perspectivas. En el caso de Wilde, queda manifiesto su interés por denunciar a
través de aquel retrato, la doble personalidad que subyace en los seres que no
pueden permanecer fieles a una moral, y la trasgreden a conciencia, aún
sabiendo que están haciendo el mal, pero la vanidad y el instinto supera su
razón.
La novela, por cierto, aborda también otros aspectos, tocando a través
de la metáfora valores y sentimientos de la psicología humana.
En el plano anecdótico, Dorian Gray al
verse retratado en la tela por su amigo pintor, se enamora de sí mismo, del
joven apuesto que aparece en aquel retrato, y surge en su espíritu el deseo obsesivo
de no envejecer jamás. Deseo que se cumplirá, sin embargo ocurre algo todavía
más extraño, que viene a realzar esta alegoría, su retrato comienza
misteriosamente a envejecer como si tuviera vida; en tanto Dorian, el hombre de
carne y hueso, se mantiene ileso al paso del tiempo. La ficción, la fantasía,
termina siendo completamente convincente para el lector, porque comenzamos a
ver las marcas de la vejez que va acuñando el retrato de Dorian, oculto en el
desván donde nadie pueda ver tales cambios, capaces de horrorizar a sus
conocidos, porque la pintura va acusando una por una las caídas y pecados del
arrogante Dorian, mientras su figura real se mantiene incólume.
La novela viene a cuestionar también y
muy profundamente, sentido y valor del arte, en tanto elemento capaz de
transformar y modelar a los individuos. El fracaso de la actuación de Sibila,
la noche en que Dorian, enamorado de su arte, lleva a sus amigos con el
propósito de sacarla del anonimato y llevarla a las grandes salas de teatro,
será el detonante principal de su tragedia posterior. No podrá resistir la
realidad a secas, el amor real de Sibila, quien lo ama, y la abandonará
violentamente; mientras ella, contrariamente a lo que ha sido en tanto actriz,
no podrá soportar lo contrario, es decir, el amor teatral, la actuación, la
ficción. Hay aquí en estos hechos proyectados un intento muy claro de mostrar y
reflexionar entre arte y ficción. Al igual de lo que está pasando entre el
cuadro y Dorian; el cuadro, el arte, acusa y enseña los más profundos
reticulados del alma humana en esos pliegues que dibuja; el hombre de carne y
hueso, en cambio, pasa por el mundo real inadvertido, casi incólume, si no fuera
por el arte, por aquel cuadro que es capaz de retratarlo en todas sus dimensiones,
llevándolo al plano de la reflexión y del conocimiento de sí mismo. Genial será
el desenlace, cuando las cosas vuelvan a la realidad, y el retrato siga
reflejando como en un principio al apuesto Dorian, mientras el hombre de carne
y hueso acusa las huellas del paso del tiempo y las magulladuras de su vida.
En consecuencia, en el Retraro de
Dorian Gray nos enfrentamos a una novela de tesis, que permite muy variadas
lecturas, la más sencilla, sin duda, y la que ha terminado por convertirse casi
en un cliché en el transcurso del tiempo, incorporándose al habla común toda
vez que decimos a alguien eres el retrato de Dorian Gray casi como un piropo:
en circunstancias que la metáfora de Oscar Wilde abarca otros planos más
profundos, muchos de los cuales constituirían más ofensa que elogio. Porque el
retrato apunta a revelarnos esos lados más oscuros del alma humana, como bien
lo expresa finalmente la novela, acuñando las perversidades que habitan en toda
alma viviente, pero por sobre todo en los seres que aún conscientes de sus deslices,
incurren en ellos movidos por la vanidad y por el misterio del inconsciente.
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