Irene Némirovsky
no deja sorprender a este lector. El
caso Kurilov es otra de sus obras breves de factura brillante. En pocas
páginas concentra bastante más sustancia de la que muchos hoy no logran
escribiendo miles. La genialidad de esta autora es tal, que cuesta imaginarse
cómo y en qué momento escribió sus obras, cuando sabemos que fue perseguida y
finalmente ajusticiada en una campo de concentración nazi.
La novela pone
en evidencia entretelones previos a la gran revolución rusa, mediante la
ilustración de un atentado a un importante funcionario del zar, el Ministro de
Instrucción Publica Kurilov, sobre quién recae la responsabilidad del orden
social de la rusa zarista, especie de ministro del interior, para nuestro caso.
Estamos ya en tiempos de Nicolás II, el zar que será asesinado junto a su
familia por los bolcheviques una vez en
el poder.
La historia está
contada por un narrador personaje, por el propio ejecutor del atentado, quien a
través de una red de contactos se hace parte de la vida de Kurilov, viviendo en
calidad de médico en su casa. Desde esa perspectiva íntima, perfila genio y
figura de su víctima antes de recibir la orden de ajusticiarlo. De esa manera
Nemirovsky nos interna en la complejidad social de Rusia, enseñando los
arquetipos que la sustentan. Kurilov
pertenece a la aristocracia y debe fidelidad al zar. En su código de honor,
esa relación es más importante que cualquier otra, está por encima de sus
intereses personales. Y aunque enfermo de cáncer, y cuestionado por su relación
marital, no abandonará su responsabilidad de ministro. Y aquí debiéramos
detenernos, porque Kurilov representa justamente todo lo que en nuestro tiempo
ha caído el suelo, el honor, la lealtad, todos esos valores del espíritu que la
filosofía bien vino a llamar idealismo.
Se da a entender
en la novela que el cargo de ministro es honorífico, y que no hay rentas de por
medio. Algo que en nuestros días sería inconcebible, cuando dichos cargos son codiciados precisamente por eso. Por cierto. Kurilov se
siente orgulloso de ser un elegido del zar, a pesar de sentir el rechazo de sus
pares hacia su persona, debido a su relación conyugal. Está casado con una mujer
francesa que no goza de buena reputación, y por eso sabe que lo marginan de
ciertas manifestaciones sociales.
Paralelamente, la
historia nos pone al tanto del accionar silencioso de los revolucionario que
pocos años después tomarán el poder definitivo en Rusia. Némirovsky recrea así
parte importante de la revolución rusa, desde adentro, desde el propio corazón
de la historia, a la manera de los grandes narradores, recreando personajes
ficticios, pero claramente posibles.
Miguel de Loyola
- Santiago de Chile - Enero del 2017
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