Parafraseando a Nietzsche: El libro ha muerto. Parece
que lo mataron los hombres. Esos hombres masa que como los bárbaros ayer,
arrasaron con templos y palacios. ¿Cuántos lectores van quedando en el
mundo? ¿Cuántos lectores van quedando en Chile? Hablemos sin
vendas en los ojos. El libro ha muerto, ha nacido la nueva era audiovisual, me
comentaba hace unos días un viejo amigo librero, cansado de luchar contra los
molinos de viento. La gente ya no compra libros, concluía, la gente tiene
dinero para todo, salvo para comprar un libro, puede gastarse el sueldo completo
un viernes por la noche en un centro nocturno, pero el libro siempre lo
encontrará caro para su presupuesto.
Y es cierto, caramba si no es cierto. Hoy la masa
compra de todo en multitiendas y supermercados, se endeuda, paga con
tarjetas de plástico, pero a la hora de comprar un libro se da mil vueltas y al
final sale de la librería sin comprar nada. Cada día hay menos librerías en
Santiago, escasamente existen ya esas
otrora famosas librerías de viejo de la calle San Diego. Se trata, en suma, de
un mundo moribundo. Los lectores
pertenecían a otra generación, cuando no existía la magia de la televisión,
cine, internet, celulares… Si los hay, se trata de una minoría insignificante,
segregada y discriminada por el poder omnipotente de la masa, por el hombre
masa creado mediante la publicidad mercantil de las grandes industrias de
productos utilitarios.
Se podría exigir a los ministros de educación un
cambio radical en las políticas educativas, pero como viven sujetos a la
voluntad de la mal llamada democracia, se deben a la masa y tienen el deber de
darle en el gusto a fin de mantenerse salvos en su puesto. La educación
dependiente del oficialismo imperante, estará siempre sujeta al poder de la
masa, y a ésta, lo sabemos desde los tiempos de la gloriosa Roma, le gusta el
circo. Y aquí lo tenemos diariamente por televisión, por el canal estatal y por
cualquier otro. Y tampoco es un problema de precio, en los últimos veinte años
han venido a Chile los grupos musicales más increíbles, y el precio de la
entrada para ver el espectáculo excede en mucho el valor de un libro, y sin
embargo, todos estos espectáculos han sido a estadio lleno, a nadie le faltado
para pagar su entrada, nadie ha reclamado tampoco la necesidad de rebajar el
iva del dicho importe para ver el espectáculo, como suelen exigirlo al libro, insistiendo
en que sería una de las causas cruciales de la falta de lectura. Nada más
falso. Nada más equivocado. Para el hombre masa el libro no tiene valor alguno
y por eso deberían regalarlo. Esa es la cuestión. Pertenece al pasado, a un
objeto que ha perdido interés en su imaginario.
¿Qué hacer entonces, cómo defender al libro de los
bárbaros? la pregunta queda abierta a los lectores, a ese reducido círculo de
amigos de las letras que día a día visita estas páginas buscando lo que
nosotros también buscamos: libros, nuevos y viejos libros, a pesar de la masa.
Miguel de Loyola - Santiago de Chile - Abril del 2008
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