Una novela de intrigas, pasiones, infidelidades, adulterio, erotismo soterrado… tratado con mano maestra por un narrador poco fiable, pero seductor, envolvente, convincente y verosímil. Estamos frente a una de las grandes novelas del siglo XX a juicio de la crítica, y a los criterios de entonces, en un mundo acaso más refinado, rebuscado pero falso, donde —cabe preguntarse— ¿se esconde la verdad en bien de la salud mental de la sociedad y de sus castas?
Un narrador en primera persona
conduce al lector por un intrincado laberinto amoroso que permite acercarse a la
psicología de la clase alta inglesa y norteamericana. Dos sociedades en pugna moral
y psicológica, pero semejantes, separadas fundamentalmente por la cuestión
religiosa vigente entonces: católicos irlandeses versus anglicanos, podríamos
concluir, dos visiones que se contraponen en lo moral y teológico, en la manera
de enfrentar el matrimonio en tanto sacramento indisoluble para los católicos.
El Buen soldado atrapa desde la primera página por
el manejo narrativo, por los artilugios del narrador que no dan soga al lector
hasta llevarlo a la última página. Es una novela que también puede enseñar
mucho sobre el arte de la escritura y sus artilugios, y que evidentemente un
novel escritor leerá con avidez, si quiere terminar de entender de una vez las
claves elementales del oficio en tanto artificio, artesanía y trabajo.
Ford Madox Ford es un novelista y
editor inglés 1873 – 1939, la novela en cuestión fue publicada con posterioridad
a la Primera Guerra Mundial, y de allí su título. Buscaba cautivar lectores en
medio del tema candente en esa época, la guerra y sus consecuencias, aunque la
novela hablará de otra cosa, ajena a los desastres dejados por la guerra.
La voz narrativa descansa en Dowell, narrador
personaje y testigo de los hechos narrados. Es un norteamericano casado con
Florence, también norteamericana pero de ancestros ingleses. El matrimonio pasa
la mayor parte de su vida en Europa, capeando el tiempo, no tienen hijos, y
tampoco los une la pasión. En Europa conocen al matrimonio Ashburnham, compuesto por Leonora y Edward. Leonora es
de origen norteamericano y Edward pertenece a la alta sociedad inglesa, es un
terrateniente rico, pero malgasta su fortuna. Ambos matrimonios suelen reunirse
de tanto en tanto en distintos lugares de descanso, pero particularmente en Nauheim,
una ciudad alemana cercana
al Rin donde entablan su larga amistad.
Dowell cuenta los entretelones de
dicha amistad mediante el uso reiterativo de flashback, un recurso estilístico
que comienza a ponerse en boga por esos años y que permite al narrador entrar y
salir de la historia en distintos momentos, configurando un relato discontinuo,
quebrado, pero que el lector está llamado a establecer su unidad. Los
pormenores de la historia aparecen así entrecortados, y hay que unir las piezas
del puzle, si es que la historia consigue encajar en el imaginario del lector.
El argumento es sencillo, y podríamos
resumirlo en dos líneas como el de cualquier otra novela, pero la potencia de
la obra literaria no está allí, sino en el proceso de lectura que todo lector
debe vivir personalmente y en solitario. La complejidad y grandeza de la novela
está en la trama, en la manera como su autor organiza la historia. En otras
palabras: cómo la cuenta. Ese proceso no se puede saltar, si de verdad el
lector quiere entrar en el juego que toda obra literaria propone. Allí radica su
sentido ontológico.
El narrador mientras avanza en la
historia va dejando preguntas sin respuestas, creando sospecha, inseguridad,
también esa sensación de incomodidad y de interés por saber en definitiva lo
que pasa, lo que pasó, lo que pasará. Los acontecimientos no se aclaran del
todo, pero se intuyen, se infieren, se sospechan y he ahí la eficacia de la
trama, porque hará trabajar al lector hasta alcanzar el llamado goce estético,
una verdad —al decir de R.L. Stevenson— a punto de revelarse. La buena
literatura es la que induce a pensar, a plantear alternativas, horizontes de
expectativas han llamado a ese proceso los nuevos teóricos. Y en ese sentido,
la novela El buen soldado termina siendo un lujo, articulando en la
mente del lector un horizonte de expectativas infinito.
A continuación,
cito algunas frases que pueden servir de invitación para leer la novela: “Es
increíble las cosas tan extrañas que la gente bien hace para conservar una
falsa atmósfera de tranquila indiferencia”
Veamos esta otra: “Leonora veía la vida como una perpetua
batalla de sexos entre maridos que desean ser infieles a sus esposas, y mujeres
que desean recuperar a sus maridos en última instancia. Esa era su triste y
modesta visión del matrimonio.”
Leonora, mujer de
Edward Ashburnham, es de origen católico y su visión se verá marcada claramente
por los dogmas del catolicismo: “Sus tradiciones, su educación le habían
inculcado que debía mantener la boca cerrada”
He aquí una opinión
que podría dejar perplejo al lector actual: “Había momentos en que leonora
estaba a punto de ceder a la pasión carnal que su marido le inspiraba…”
Refiriéndose a
Edward, apunta Dowell con evidente ironía, esa ironía tan propiamente inglesa:
“Tenía una manera de ser tan honorable que haber disfrutado de los favores de
una mujer le hacía sentir que quedaba ligado a ella para el resto de su vida.”
Dowell es un
narrador insidioso en sus apreciaciones: “Leonora se casó con Edward por interés, ella eran siete hermanas y sus
padres estaban en banca rota. No se amaban. La admiraba por su sinceridad, por
su pureza mental, por la lozanía de su cuerpo…era una satisfacción llevarla con
el a todas partes. No la quería porque nunca estaba triste; lo que de verdad
hacía sentirse bien a Edward era consolar…”
Miguel de Loyola –
Santiago de Chile – Abril del 2021
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