Después de leer Lo que resta del día y Nunca me abandones, dos obras cumbres de Kazuo Ishiguro, Premio Nobel 2017, el lector no puede dejar de sentirse decepcionado frente a Cuando fuimos huérfanos. Novela farragosa, poco verosímil, muy lejos de la perfección alcanzada en sus obras posteriores por el escritor. Sin embargo, esa diferencia puede resultar esperanzadora para quienes pasada cierta edad todavía sueñan con escribir su obra cumbre. El contraste entre dichas novelas, deja una clara evidencia de cuánto puede crecer un escritor de una novela a otra. La experiencia es la madre de las ciencias, dice el adagio, y aquí se cumple.
Dividida
en siete partes, tres ambientadas en Shangai y cuatro en Londres, el lector se
pone al corriente de la vida de Christopher Banks, hijo de un funcionario
inglés instalado en Shangai. La historia está contada en primera persona por
Banks el protagonista, quien cuenta su vida desde su niñez hasta su vida
adulta, detallando los acontecimientos que han marcado sus pasos, mediante el
recurso de la ambigüedad reflexiva que caracteriza la narrativa de Ishiguro,
poniendo siempre en duda lo dicho.
Si
bien la novela se ambienta en dos escenarios claramente opuestos, la novela no
consigue crear el clima propio de cada cual, ya por defecto de escritura o bien
por estar inserto el personaje en la colonia británica en Shangai, donde cabe
presumir que no existen tales diferencias. Es decir, al parecer en Shangai, en
dicha colonia, se vive de igual modo que en Londres. Esa podría ser acaso la
causa para justificar la similitud entre ambos escenarios. Sin embargo, se
extraña aquel clima exótico característico del oriente en contraste con
occidente, tan propios a la hora de enseñarlos.
La
relación de Christopher Banks con Sara Hemmings es una de las variables que introduce
el autor en la trama para tensar la cuerda de la intriga que toda obra
necesita, pero dicha relación termina careciendo de verosimilitud suficiente, esfumándose
poco a poco en la nada, traicionando incluso las expectativas del lector. El personaje
se desdibuja, después de una entrada que promete algo más interesante en la
historia.
Por
otra parte, la cuestión policial tampoco consigue amarrar los cabos como lo pretende,
se diluye en dudas y sugerencias, acaso porque el narrador no pone al corriente
al lector de al menos un caso en particular de sus supuestas investigaciones.
Banks, se dice, se ha convertido con los años en un investigador de prestigio,
ha resuelto muchos casos policiales de importancia en Inglaterra, pero el
lector no tiene acceso a los detalles, y eso le resta credibilidad a sus
hazañas. Lo mismo ocurre con el caso principal: el secuestro de sus padres,
cuyas razones poco se entienden y menos aún la probabilidad de que sigan vivos
después de dieciocho años de cautiverio.
La
novela va dejando muchos cabos sueltos que necesitan alguna aclaración, pero no
se entrega, paralizando poco a poco el interés del lector. Sin duda, Ishiguro en
esta obra está buscando el manejo perfecto que alcanzará en sus obras posteriores:
sugerir más que decir o demostrar. Una técnica o estilo que todavía en esta
novela no domina del todo, y deja enormes vacíos que lector no puede rellenar.
El exceso o la falta de información, sabemos, son también ingredientes que un
escritor debe dosificar con perfección.
Miguel de Loyola - El Quisco - Enero del 2022
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