Resulta casi irrisorio oír a la gente hablar de la vejez como una etapa linda de la vida. En realidad no sé si irrisorio es la palabra apropiada, tal sea mejor decir asombroso, optimismo puro.Claro, aquí también corre el pesimismo y el optimismo frente a la cuestión. Pero el caso es que de linda la vejez no tiene nada. No por nada la gente se moría antes al comienzo de la misma. Ahora la vida se estira gracias a fármacos, operaciones y prótesis. La vejez es el fin, digámoslo con todas sus letras. El fin de todo lo realmente bueno, y el principio de lo realmente malo. No se puede comer, beber, correr, saltar, follar, besar… un beso de viejo, dicen los jóvenes, tiene siempre sabor a rancio. Los cuerpos se vienen abajo, las carnes se sueltan, los huesos se ablandan. salen pelos allí donde no había y se caen donde los hubo antes. Pierdes los dientes, el corazón comienza a fallar, duelen las articulaciones, no encuentras posición en tu cama, te quedas dormido cuando no se necesita y te desvelas cuando cabe dormir. Digamos que todo eso no puede ser lindo. La vejez no es una batalla, en términos de una batalla donde se puede pelear con alguna esperanza de ganar, es definitivamente una masacre, lo dijo Phillip Roth en su novela Elegía, y la frase me quedó dando vueltas desde entonces. Sí, es una masacre en todos los sentidos, seguro que si. No queda más que cultivar el corazón de abuelito y aceptar todo lo que suceda hasta el día de nuestra muerte, mientras adviertes que te estás muriendo poco a poco. En consecuencia la vejez es un estado que hay que evitar a toda costa. Hay que huir de él a como dé lugar: viajando, paseando, jugando, soñando, recordando, escribiendo la historia de nuestra vida, de esa verdadera vida de cuando éramos jóvenes. Sólo así se puede capear el derrumbe de la vejez, dejando salir al joven que fuimos, volviendo a sentirlo vivo en nuestro corazón.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile - 2024
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