Tocar las canciones de los Beatles fue siempre la mayor pasión de Víctor Manuel. Aunque aprenderlas, al principio, no le resultó nada fácil, por la música y el inglés, pero para él se convirtió en una especie de obsesión, y con el tiempo se volvió en un experto, comparable hasta con un músico de profesión. Podía replicar las canciones más conocidas de los chicos de Liverpool como si fuera uno de ellos. No había reunión social en que no tocara alguna a pedido del público. Tampoco se hacía de rogar como suelen hacerlo algunos músicos. Tenía suficiente personalidad para pararse a tocar frente a un grupo con la más absoluta convicción de hacerlo bien. De esa manera partía corazones cada vez que tocaba. Las chicas lo miraban con ojitos soñadores. Sin embargo, a pesar de ello, no fue muy afortunado en el amor. La prueba terminó siendo Yesterday, esa canción se transformó en la carta principal de su repertorio. Algo muy importante le decía o recordaba la letra del tema cantado por Paul Mc Cartney en solitario. Víctor Manuel la cantaba bien, pero la tocaba mejor, pulsando los acordes originales, marcando bien los tiempos. La gente a veces lo aplaudía, sobre todo quienes lo escuchaban tocarla por primera vez. Entre sus amigos, pasaba por un genio de la música pop que pintaba para famoso.
Victor Manuel desde los doce años andaba
siempre acompañado de su guitarra, punteando o sacando algún tema nuevo. Se la
había regalado su padre después de descubrirlo un día pegado a una vitrina
donde exhibían instrumentos musicales. El chico salió un autodidacta nato,
comentaría después de regalársela. Nadie le había ensañado a tocar, pero
terminó tocando mejor que algunos que estudiaron con profesor particular. Era
un muchacho de una persistencia única, no se rendía hasta que terminaba de
dominar una canción. Podía pasar un día entero en eso, sin acusar desaliento alguno,
como les ocurre a la mayoría de los muchachos a esa edad. Le daba y le daba todo
el día sin parar.
Ese amor por la música de los
Beatles no lo abandonaría jamás, lo acompañó siempre. Decía que desde el primer
día que había escuchado el sonido de la banda inglesa en una fiesta en casa de
una amiga, cuasi novia entonces, había enloquecido de felicidad. La música de los
chicos de Liverpool le ponía la carne de gallina, le revolvía el cerebro. También
comentaba entre risitas que las neuronas le bailaban cada vez que oía alguno de
sus temas más populares: Help, Come
together, Don´t let me down, Something, Hey hude, Penny Lane, Let it be, Yelllow
submarine, Love me do, Here comes the sun y por supuesto Yesterday, su favorita. Decía que lo hacían olvidar los
problemas más complejos, como el desamor de una muchacha, asunto típico a esa
edad. En tales casos, su mejor terapia consistía en tocar Yesterday una y otra
vez de manera persistente. Nadie podía imaginar lo que pasaba por su cabeza
cada vez que la tocaba. En esos momentos se ponía serio, muy serio, y trataba
de imitar la voz de Paul, aunque no le resultara. El músico inglés tenía una
voz inimitable.
Cuando tendría unos diecisiete años,
armó su primera banda y un verano se largó a los balnearios de la costa central a tocar.
Cartagena, las Cruces, el Tabo, Isla Negra, el Quisco, Algarrobo, causando
furor entre la juventud que pululaba por esas playas en los veranos. Pero le
fue aún mejor el verano siguiente en los balnearios del sur: Pichilemu, Duao,
Iloca, Constitución, Curanipe, Cobquecura. Allí la gente los aplaudía a rabiar,
como a los verdaderos líderes del pop. Pocas veces llegaban a esos lugares lejanos
grupos musicales modernos, así que regresaron decididos a tomar su afición a la
música como la carrera definitiva de sus vidas. Sin embargo, al poco tiempo
aquel sueño grupal se desvaneció. La banda se desarticuló por causa de un
conflicto amoroso, o algo por el estilo. Dos de los integrantes se enamoraron de
la misma chica. La pelirroja en cuestión se fue con Samuel, y se presume que
desde ahí Víctor Manuel quedó pegado para siempre tocando Yesterday sin parar, al punto que se llegó a decir entre sus
conocidos que había enloquecido. A donde quiera que fuera no dejaba de tocarla
sin que nadie se la pidiera.
Muchos años después, en un
reencuentro con viejos amigos de juventud, Víctor Manuel confesó que todavía
se sentía un artista frustrado, a pesar de su éxito en su carrera profesional.
Había estudiado ingeniería comercial y tenía siempre un buen trabajo, pero no
era un hombre del todo feliz. A su vida le faltaba algo, y ese algo era la
música. Esa noche del reencuentro volvió a tocar la guitarra, y por supuesto
que sus amigos le pidieron Yesterday.
Víctor Manuel al principio lo dudó.
Al parecer no quería tocarla. De seguro el tema le traía muchos recuerdos, pero
finalmente accedió. Entre los presentes estaba la pelirroja, cuyo pelo ya no cautivaba
como entonces. Los años le habían robado la belleza y la juventud.
Esa noche la canción le sacó lágrimas
a los presentes, también al propio Víctor Manuel. Habían pasado muchos años,
treinta o cuarenta desde la última vez, según explicó después. Sin embargo, le
salió igual de bien, incluso mejor, dijeron sus amigos. Su voz había engrosado
y calzaba mejor con el tono tristón de la canción.
Miguel de Loyola - Cancionero
Narrativo – Año 2000
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