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A estas alturas se puede inferir que la historia de nuestros pueblos ha sido y sigue siendo un ininterrumpido ajuste de cuentas. Un ir y venir sobre los mismos asuntos sin quedar nunca nadie conforme. Hegel pensaba que la historia era un ir siempre adelante, un devenir dialectico, una línea recta de superación en el tiempo, con un destino fijo y cada vez mejor al anterior. Una línea continua que no se quiebra, sin retorno, infinita, siempre hacia adelante. Pero el filósofo se equivocaba. Vemos a diario los quiebres y retornos, los altos y bajos, hundimientos y desórdenes históricos. Nietzsche aclaró la cuestión y dio en el clavo: la historia es un caos. Hemos visto durante estos últimos cincuenta años los avances y retrocesos, y sobre todo el caos, la falta de coherencia y la evidencia del ajuste de cuentas entre los movimientos generacionales. Avanzamos un paso y al día siguiente, tras el recambio de nuestros llamados “servidores públicos”, retrocedemos dos o tres, volvemos así al punto de partida, al punto de conflicto. Se dicta una ley hoy día de acuerdo a los intereses del bando en el poder gubernamental, y a los pocos años asistimos al cambio de dicha ley cuando son otros los agentes o “servidores públicos” en el gobierno. En consecuencia, todo gira y se ordena en torno al bando del poder imperante, para que luego cambie bajo el nuevo poder emergente.
Resulta evidente que así los países no pueden avanzar,
circulan en torno al mismo eje eternamente. Al contrario, terminan
arruinándose, como ha ocurrido en
América latina desde los inicios de su independencia. Cada año surgen
nuevas facciones, nuevos grupos, nuevas élites que en tanto cuando alcanzan el
poder, se plantan con intenciones de echarlo todo abajo, de reescribir la
historia, de devolver el tiempo, convenciendo a las masas de lo imposible:
partir de cero, anular el pasado. La historia del hombre sobre la tierra lleva
el tiempo suficiente para entender que es imposible la regresión. Sin embargo, bajo
argumentos probadamente inútiles o impracticables, se convence a las nuevas
generaciones de su factibilidad. De esta manera, todo termina siendo un ajuste
de cuentas, una venganza al fin y al cabo, donde sólo impera el orgullo y la
soberbia. Esa lacra que carcome el espíritu de los pueblos.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile
– Mayo del 2024
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