El miedo de olvidar de Alfonso Calderón (1930-2009) es un recorrido íntimo por el sí mismo de quien escribe; una búsqueda, una reflexión; el itinerario de un ser que conoce muy tempranamente su fatal destino, pero que de igual modo sale al camino y enfrenta a su enemigo más temible: el tiempo. El tiempo invencible que todo lo olvida a pesar del esfuerzo humano por eternizarlo. Alfonso Calderón va clavando banderillas en su camino, pequeños hitos, circunstancias, situaciones, rostros y amigos que no se pueden ni se deben olvidar, a pesar del enemigo implacable que busca esfumar lo vivido. La lucha es a muerte, sin duda. Desigual, despiadada, va dejando un reguero de cadáveres en el camino. Los espacios, ciudades, casas, los abuelos sicilianos, los padres, las amantes, los amigos, un mundo de seres queridos, que poco a poco irán desapareciendo mientras se avanza por el reloj del tiempo hasta desaparecer también quien escribe.
El libro pasea al lector por aquel
pasadizo misterioso de una vida, apuntando detalles personales tanto de escritor
como profesor y amante apasionado de los libros. Su biblioteca —confiesa el
mismo— pudo haber llegado a los veinte mil volúmenes, si no fuera por deudas y
compromisos. Sorprende su memoria, y su capacidad para apuntar en palabras
aquello que lo entusiasma o perturba. Sus diarios podrían tomarse como terapia
psicoanalítica, por el modo de sacar de su envoltorio todo cuanto se percibe,
disfruta o irrita. Su existencia entera parece estar escrita en estos diarios, descrita
además con una pluma exenta de errores. ¿Escribe lo que piensa o piensa lo que
escribe? No sabemos, pero el hecho es que el lector avanza y se interna paulatinamente
en los intersticios de un devenir tal
vez como el suyo propio, gracias al poder seductor de las palabras de quien
escribe. El diario es un género literario por el modo de escribirlo, punto por
punto, tejiendo palabra tras palabra hasta concluir su textura.
El miedo de olvidar comienza tempranamente, haciendo un
recuento de las familias sicilianas asentados en Chile a principios del siglo
XX de donde proviene la suya, con toda esa carga ancestral que esto implica.
Luego, conduce al lector a la infancia en
Valparaíso, en aquel puerto mítico que nadie termina nunca de descubrir.
Allí su relación con su abuela parece ser muy firme, y se alza a lo largo del
libro como heroína, lo mismo sus padres, a quienes jamás olvidará. Sorprende su estrecha relación familiar, directa,
sin obstáculo alguno, muy al estilo italiano, sin duda. El trabajo del padre
llevará a la familia a vivir en distintas ciudades, estableciendo lazos
imperecederos con la provincia: Los ángeles, San Fernando, Temuco, Lautaro, San Antonio, Villa Alemana...
Más adelante su llegada al pedagógico y
a una pensión en un Santiago hoy extinto. Sus primeros trabajos de profesor,
sus dificultades económicas como tal, las mismas que aún persisten en el Chile
actual; un mal que no se resolverá al parecer nunca. Su años de profesor en La
Serena, la publicación de sus primeros poemarios… Sus amores y desamores. El
nacimiento de sus hijas y más adelante de sus nietos y nietas. El recorrido es
largo y nutrido, cargado de nostalgia también, de esa nostalgia que acompaña a
quien toma conciencia de todo cuanto va dejando en el camino. Por sus páginas circulan las más altas personalidades
del mundo de la Letras, escritores, profesores, estudiosos a quienes conoció,
con quienes se relacionó, o mantuvo algún contacto o amistad: Ricardo Latchan, Roque Esteban Scarpa,
Enrique Lihn, José Donoso, Enrique Lafourcade, Teófilo Cid, Jorge Tellier,
Joaquín Edwards Bello, Manuel Rojas, Juan
Loveluck, Nicomedes Guzmán….
Alfonso Calderón en sus diarios deja
la vara muy alta a quienes se dan la tarea de escribir su vida, pero bien vale
la pena el recorrido. Leer a un Maestro de las Letras, termina siendo un placer y un aprendizaje imperdible.
Se trata de la obra de un auténtico biógrafo
de sí mismo.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile
– Agosto del 2024
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