La diferencia entre un relato y un cuento tal vez podría expresarse mediante la palabra levadura, en el sentido de decir: el cuento tiene levadura y el relato no. Creo que la expresión grafica bastante bien la diferencia. Todos conocemos el efecto de la levadura. Sabemos muy bien que fermenta, otorgando un sabor distinto a la materia tiempo después de anexarla a la masa. Es decir, después de leer un texto con levadura, algo nos queda resonando, algo que tiene un sabor distinto al de un relato sin tal aditamento, el cual termina cuando termina, en cambio el otro —con levadura— queda fermentando en nuestro imaginario; anexando cosas, coligando imágenes y pensamientos, generando analogías, comparaciones, fantasías. El relato termina cuando termina su lectura, el cuento sigue dando vueltas, produciendo una serie interminable de asociaciones.
Los cuentos de los grandes cuentistas contienen ese
ingrediente, levadura de sobra, de otra manera no seguirían dando vueltas en el
imaginario de los lectores hasta hoy día. Estoy pensando en Chejov, Poe,
Maupassant, Borges, O´Henry, verdaderos maestros del cuento, cuyas historias
trasladan al lector más allá de la historia misma, asunto que no ocurre con los
relatos, cuyo efecto se agota tras su lectura.
Por cierto, el lector dotado de competencia literaria
suficiente lo advierte claramente, pero no así el neófito, que sólo sabe
dejarse llevar por la historia en si, sin advertir la existencia o inexistencia
de posibles ramificaciones que conducen al llamado goce estético, a eso que al
decir de muchos no se explica, pero se
advierte, lo mismo que la levadura.
Miguel de Loyola – El Quisco – Noviembre del 2025

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