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De vidas ajenas, Enmanuel Carrere.

 


Contar tragedias es una fórmula segura de atrapar la atención. Emmanuel Carrere es un maestro en tales asuntos. En su novela De vidas ajenas, sumerge al lector en un drama tras otro, capturando empatía mediante el recurso natural de la piedad y el asombro frente a hechos infaustos. Por cierto, el mal ajeno no deja de conmover,  a menos que el lector sea un desalmado, alguien que no siente y no ama. Se sufre frente a la tragedia, se compadece, se piensa, se comparan los sucesos  descritos incluso con la vida propia. Desde luego, cabe preguntarse si frente a una obra así  funciona más el morbo natural y piadoso del lector o bien la pericia del narrador. Sin duda alguna, los hechos están bien contados, el narrador es hábil, experimentado, un alter ego del escritor, pero queda la duda si hubiese pasado lo mismo si tales hechos narrados no fueran lo  tristes que son. Se trata de vidas humanas espoleadas por enfermedades incurables, también de desastres naturales imposibles de manejar por la mano del hombre. Ambos asuntos son vistos aquí desde la perspectiva del otro, de otro a quien no le han ocurrido tales desgracias, pero las está viendo en los seres que conoce y conforman su alrededor.

En ese sentido, De vidas ajenas se acerca más al thriller que a la novela tradicional, aunque los acontecimientos no sean policiales, reúnen las características propias del género al tomar de la realidad los aspectos más escabrosos a fin de capturar el interés del lector. Es una narración que se alimenta y descansa en una sucesión interminable de tribulaciones, encadenando vidas y acontecimientos a tragedias puntuales. Sorprende el interés biográfico del narrador por revelar la vida de personajes desde esa perspectiva, sin salirse de su enfoque. Aunque la persistencia de esta mirada termine agotando el interés por su lectura. La novela se vuelve así una matrioska de donde es posible sacar una y otra vez una copia cada vez más pequeña de lo mismo.

¿Entretiene? sí. En ese sentido cumple a cabalidad tal objetivo que sabemos fundamental en toda novela, y muy especialmente en el thriller, pero sabemos también que se trata del ornamento básico del arte de novelar. Los personajes se esfuman pese al esfuerzo indudable del narrador por insuflarles vida propia. Los acontecimientos, pese a su primer impacto, también se diluyen sin dejar huellas indelebles como dejan las novelas de mayor calado. Ocurre que la tragedia, o las tragedias relatadas, no alcanzan la epifanía y se disuelven una vez alcanzado el punto final.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Octubre del 2025

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