Bueno, llevamos ya varios días
encerrados en casa y nada, no nos hemos matado el uno al otro todavía con mi mujer,
pero de seguir así las cosas algo va a suceder, porque bien sabemos que la vida
no es un camino plano y despejado, sino un constante suceder de cosas, buenas
y malas, mejores o peores.
Estamos acostumbrados a eso, a que nos pase esto y
lo otro, a tener la mente ocupada siempre en algo, las más de las veces en algo
innecesario, sin importancia, por supuesto; pero no nos damos cuenta, salvo en
un momento único como este, en que de verdad vemos paralizados todos nuestros
movimientos. ¿Alguien podía imaginar antes la ciudad sin el ruido ensordecedor
de los automóviles dando vueltas todo el día por las calles sin parar? ¿Alguien
podía imaginar las bocas del tren subterráneo sin escupir hordas de gente a
cada rato hacia las calles? ¿Alguien podría imaginar los bancos cerrados, sin
atender público? De seguro que no, pero es lo que está sucediendo en muchos
lugares del mundo. Todo cerrado, paralizado, y la gente encerrada en sus casas
tratando de entretenerse, algunos escribiendo sus impresiones, otros mirando la
televisión, alguna película, chateando con amigos, dibujando, tocando un
instrumento musical, otros haciendo ejercicios, pedaleando, bailando frente a
un monitor, todos buscando la forma de estar en movimiento, realizando alguna
actividad, convencidos que sin actividad no podemos vivir. Necesitamos de la
inminencia de los acontecimientos, de que algo suceda ahora o mañana, de lo
contrario nos parece -nos parecía- que nos quedamos varados, pegados en el
tiempo y el espacio, cuando nuestra naturaleza es siempre avanzar, machete en
mano, buscando nuevos derroteros, nuevas aventuras… Pero ahora no, ahora eso se
acabó, tenemos que asumir la paralización total de las actividades y permanecer
en casa, aunque para muchos resulte un suplicio, aunque tu mujer esté a punto
de envenenarte y tu de ahorcarla contra la almohada, aunque tus hijos te
perturben de la mañana a la noche, aunque el vecino te reviente los tímpanos con
su música insoportable, con sus gritos y blasfemias destempladas contra esto y
lo otro; debes permanecer en casa, dicen en todas partes, hay que permanecer en
casa para no exponerse a la locura otra vez, la locura de recorrer sin parar
durante todos los días las calles y avenidas chocando a cada paso con la gente,
de saturar las líneas del metro yendo y viniendo a todas partes sin ninguna
necesidad muchas veces de hacerlo, de congestionar de automóviles las arterias
de la ciudad en un ir y venir sin descanso de una punta a otra en tropel de
locos… Tal vez sea esta pandemia por sobre todo un llamado de atención, un
aviso de última hora, una advertencia, un consejo para tomar conciencia de la
locura que llevamos, de esa estupidez de estar esperando siempre algo, la
inminencia de los acontecimientos, de algo que va suceder y no sucede, ni
tampoco sucederá, a menos que nos llegue la hora del punto final.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile –
Abril del 2020.-
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