Había un barco pesquero varado en la isla, el típico falucho maulino bicolor. No sabíamos por qué estaba allí, y no había modo tampoco de averiguarlo. El caso es que nos apropiamos de él las dos semanas que estuvimos acampando en esa isla solitaria en medio del río. Subíamos y bajábamos del barco creyéndonos marinos avezados, hombres de mar, de piel curtida por la sal y el viento del océano. No faltó ese verano quien transformara un estropajo en algo parecido a una bandera pirata y la colgara del mástil del navío. Mientras un grupo se apoderaba del barco, otro intentaba desalojarlo. El juego duró varios días. Ganaba, por cierto, el bando que conseguía el mayor número de pañoletas del enemigo.
Si de día el barco
ofrecía un aspecto desolador, de cuerpo abandonado, arrojado sobre la arena
como animal herido, de noche cobraba una dimensión sobrenatural. Sus maderos
crujían, sus colores se desvanecían en la oscuridad y se transformaba en una
nave fantasmal. La cabina luminosa durante el día, por la noche se tornaba un
habitáculo lúgubre. El timón inmóvil, presentaba el aspecto de un esqueleto
petrificado.
Alguien dijo que el motor
del falucho estaba estropeado y por eso permanecía varado allí, esperando la
llegada del mecánico y el repuesto respectivo. Pero mientras estuvimos acampando
en la isla, jamás vimos llegar a nadie. Era extraño, decían otros, buscando una
explicación. Tal vez los tripulantes cayeron al mar y el falucho regresó a
morir a su tierra, dijo alguien del grupo; uno de los Toquis, seguro, buscando
alucinar a los más pequeños.
Unatardecer subió la
marea varios metros sobre la superficie de la isla y el falucho estuvo a punto
de volver a flotar. Vimos asombrados como se movía lentamente, intentando enarbolar
su cuerpo de madera endurecida, oímos entonces por primera vez sus quejidos pidiendo
auxilio. La barca quería echarse sobre las aguas pero no lo conseguía.
A la mañana
siguiente la marea bajó dejando la tierra humeda. Nuestra nave permanecía otra
vez adormecida sobre la arena, reclinada hacia el mismo costado. Pero descubrimos
agua en sus entrañas, agua que en ese momento se escurría lentamente por la
arena produciendo gorgoritos. Por eso la han dejado tirada, pensamos. Por eso
no puede volver al mar, dijimos. El barco se pasa de agua. Debe tener más de
alguna grieta, concluimos.
A partir de ese día
comenzamos a verlo como a un animal herido, moribundo en medio de la isla y ya
no volvimos a jugar en su cubierta como otros días.
Miguel de Loyola –
Santiago de Chile – Septiembre del 2021
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