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Barco herido, cuento de Miguel de Loyola

 


Había un barco pesquero varado en la isla, el típico falucho maulino bicolor. No sabíamos por qué estaba allí, y no había modo tampoco de averiguarlo. El  caso es que nos apropiamos de él las dos semanas que estuvimos acampando en esa isla solitaria en medio del río. Subíamos y bajábamos del barco creyéndonos marinos avezados, hombres de mar, de piel curtida por la sal y el viento del océano. No faltó ese verano quien transformara un estropajo en algo parecido a una bandera pirata y la colgara del mástil del navío. Mientras un grupo se apoderaba del barco, otro intentaba desalojarlo. El juego duró varios días. Ganaba, por cierto, el bando que conseguía el mayor número de pañoletas del enemigo.

Si de día el barco ofrecía un aspecto desolador, de cuerpo abandonado, arrojado sobre la arena como animal herido, de noche cobraba una dimensión sobrenatural. Sus maderos crujían, sus colores se desvanecían en la oscuridad y se transformaba en una nave fantasmal. La cabina luminosa durante el día, por la noche se tornaba un habitáculo lúgubre. El timón inmóvil, presentaba el aspecto de un esqueleto petrificado.

Alguien dijo que el motor del falucho estaba estropeado y por eso permanecía varado allí, esperando la llegada del mecánico y el repuesto respectivo. Pero mientras estuvimos acampando en la isla, jamás vimos llegar a nadie.  Era extraño, decían otros, buscando una explicación. Tal vez los tripulantes cayeron al mar y el falucho regresó a morir a su tierra, dijo alguien del grupo; uno de los Toquis, seguro, buscando alucinar a los más pequeños.

Unatardecer subió la marea varios metros sobre la superficie de la isla y el falucho estuvo a punto de volver a flotar. Vimos asombrados como se movía lentamente, intentando enarbolar su cuerpo de madera endurecida, oímos entonces por primera vez sus quejidos pidiendo auxilio. La barca quería echarse sobre las aguas pero no lo conseguía.

A la mañana siguiente la marea bajó dejando la tierra humeda. Nuestra nave permanecía otra vez adormecida sobre la arena, reclinada hacia el mismo costado. Pero descubrimos agua en sus entrañas, agua que en ese momento se escurría lentamente por la arena produciendo gorgoritos. Por eso la han dejado tirada, pensamos. Por eso no puede volver al mar, dijimos. El barco se pasa de agua. Debe tener más de alguna grieta, concluimos.

A partir de ese día comenzamos a verlo como a un animal herido, moribundo en medio de la isla y ya no volvimos a jugar en su cubierta como otros días.

 

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Septiembre del 2021

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