La narrativa de Jaime Bayly está en la línea de lo que llaman literatura de entretención. Es un escritor que sabe escribir y empatizar con el lector. Dos cuestiones nada fáciles en estos tiempos, cuando se publican millones de libros y se lee cada vez menos. Son tiempos en que el escritor tiene que salir a la caza de lectores y conquistarlos a como dé lugar. Tengo la impresión que Bayly lo consigue con cierta facilidad, aunque sus historias no sean interesantes, en el sentido de lo que hablaba Henry James respecto a la condición fundamental de la novela. Sus historias son más bien divertidas, ocurrentes, encarnan posiblemente las emociones y sentimientos de las generaciones jóvenes. A eso hay que agregar el ingrediente de auto-referencia, de literatura confesional que tanto agrada a mucha gente. Conocer la vida íntima de alguien famoso intriga a las masas, y si esa persona famosa además sabe contar bien sus peripecias, bien sean reales o falsas, tiene un público asegurado.
En El niño terrible y la escritora
maldita, Bayly cuenta su vida a partir del momento en que conoce a
Lucía y está instalado de nuevo en Lima, cansado de viajar por cuestiones de
trabajo. Tiene intenciones de quedarse un largo tiempo allí, pero debido a
desaciertos en la televisión peruana termina siendo despedido, debiendo volver
a Miami en busca de trabajo. El lector puede preguntarse hasta dónde será
cierto todo lo que cuenta Bayly, dada la cantidad de peripecias relatadas. Su
estilo desmañado y resuelto no permite la reflexión tradicional para un lector
de novelas, sino más bien una lectura de copucha, de saber qué le pasó al tipo.
Ah, pasó esto, ah, ocurrió esto otro. Las peripecias del relato son tantas pero
recalan finalmente en una: la cuestión sexual. Bayly juega con este tópico a
sabiendas del interés que provoca en el lector de todos los tiempos. Sobre todo
si se declara bisexual sin más trámite, y es capaz de contarlo con la más
absoluta naturalidad. La sexualidad, el sexo, es un tópico que seduce en estos
tiempos tanto o más que ayer. Bayly, por supuesto, lo sabe y lo explota al
máximo.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile
– Año 2020
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