Ahora para comprar alcohol en un supermercado tienes que mostrar tu cédula de identidad. Tengas veinte, setenta u ochenta años, la cajera tiene la obligación de pedirlo igual. Aunque tu rostro refleje los pliegues inexorables del tiempo, aunque necesites de una muleta para apoyarte, aunque te cueste un mundo extraer el maldito carnet de identidad de tu billetera debido al parkinson. Debes mostrarlo igual. Es una ley. Una ley impuesta de seguro por algún luminoso, pero que en la práctica no sirve para nada. Al contrario se trata de una molestia que saca de quicio hasta al más paciente, y nos hace pensar hasta dónde puede llegar la estupidez humana cuando se siente con poder sobre los otros. Cabe preguntarle al creador de esta brillante ley qué pretende controlar con eso, cabe preguntarle si alguna vez ha estado en una cola en un supermercado y la cajera le ha exigido tal documento cuando lleva alguna bebida alcohólica, y hay otras veinte personas esperando. Cabe preguntarle a este genio si no basta con la apariencia de las personas para saber si tienen o no tienen más de dieciocho años. Se trata, como tantas otras leyes creadas en este país, de una ley absurda, kafkiana, improcedente, inoportuna, que solo consigue la indignación de las personas. Si tengo 30, 40, 50,60,70,80, 90 años y me piden la cédula de identidad para comprobar si soy mayor de edad, no puedo dejar de indignarme. Es más, me parece una ofensa, una falta de respeto. Pero claro, el respeto a quien le importa en estos tiempos de locura, cuando se encarga al primero que pasa por la calle a redactar leyes tan estúpidas como esta y tantas otras.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – 2021
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