Jezabel es otra de las grandes novelas de Irene Némirovsky que impacta al lector por su temática, entramado y esa sagacidad peculiar de la autora para escarbar en los escondrijos más ocultos del alma humana, dejando al descubierto el orgullo, vanidad y soberbia como ingredientes infaltables.
La
historia cuenta de una mujer cuya vida se concentra en la obsesiva preocupación
por mantenerse siempre joven y atractiva, en ser deseada y amada por sus
amantes sin importarle otra cosa en el
mundo. Gladys, la protagonista, vive para eso, pero aterrorizada frente al paso
de los años que se van llevando poco a poco su juventud y su belleza. El terror
de dejar de ser la mujer atractiva y hermosa que ha sido siempre, la llevará incluso
a cometer un crimen y a ser juzgada en un tribunal frente a la audiencia. La
novela arranca al principio con un toque policial que despertará de inmediato
el interés del lector por saber quién será la extraña mujer acusada de homicidio.
La
pericia técnica de Nemirovsky para organizar y manejar los hilos de la trama es
otra vez impecable en esta novela, mantiene al lector expectante hasta la
última página, esperando el desenlace, la resolución del jurado frente a la
acusada. Aunque el veredicto mayor lo dará el lector frente a los hechos
imputados, y ahí radica el mérito de la autora, en esa capacidad —que no todos
los escritores manejan—de dejar libre al lector para que sea él quien dictamine
la sentencia.
Desde
luego, cabe preguntarse si los temas que aborda Nemirovsky en sus obras los
vivió como testigo o en carne propia, dada su aguda percepción de hechos y
personalidades, detallando siempre con exactitud los laberintos más escabrosos
de la sociedad y de los individuos en particular. La novela permite al lector conocer
y vivir gracias al arte de la literatura, los vicios de cierta aristocracia
europea de principios del siglo XX, cuyas vidas no tenían otro derrotero mayor que
disfrutar de sus enormes fortunas y riquezas, viajando de una ciudad a otra, especialmente
Londres, París, Niza, Roma, donde no faltaban las fiestas y banquetes en este o aquel palacio.
Una sociedad enferma de placer, se podría inferir como la gran denuncia de la
autora, cuyas obras destacan por su perspicacia para ironizar sobre dichos
placeres.
Nemirovsky
es sin duda una de las escritoras que con mayor constancia y eficacia denuncia en
sus obras la falta de moral de las clases adineradas de principios del siglo
XX, entre las dos guerras, y paradojalmente de sus mujeres, quienes gozan de la
más absoluta libertad para vivir a su antojo, como es el caso de Gladys.
La
novela, por cierto, no proyecta a personajes en blanco y negro como lo hacen
los escritores sin oficio suficiente, la pericia de la autora la lleva al retrato
siempre verosímil de los mismos, bien sean estos buenos o malos, logrando así la
empatía con el lector como si fueran de carne y hueso. Gladys estremece al
lector cuando afirma: “No hay más que una cosa que valga la pena vivir: el
comienzo del amor, el amor todavía tímido, el deseo, la impaciencia, la
espera.” Una verdad, por cierto, que a todos alcanza, que tiene sentido, y
acaso hasta enternece, porque deja al descubierto las grandes contradicciones que
habitan el alma humana, y que Irene Nemirovsky tan bien describe y conoce.
Se
dice del nombre Jezabel que es una de las mujeres más malvadas de las sagradas escrituras,
que llegó al trono asesinando a sus hermanos. Es posible que la incisiva
escritora lo tomara de allí para intitular la obra y nominar a su personaje.
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – Marzo del 2022
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